AL mencionar las masas a la sevillana no me refiero a los calentitos, que están evolucionando hacia el modo churros madrileños de San Ginés, sino a la tendencia masiva que existe en la ciudad. Aquí todo lo que no provoque una bulla/masa se considera triste, que no es lo mismo que serio, como se recuerda en las cofradías de negro. Triste sería que se cargaran la Semana Santa de este año. Y no me refiero a prohibir las procesiones a causa del coronavirus, que gracias a Dios todavía no ha provocado ninguna muerte en Sevilla, sino a que la gente de Madrid y de más lejos se acongoje y no venga; o muchos sevillanos no salgan y la vean por televisión, como si fueran enfermos e impedidos. Es decir, ampliar el fenómeno miedoso de la Madrugada al resto de los días. Sólo faltaría que el teniente de alcalde Cabrera extienda la ley seca.

Algunos capillitas mayores, que añoran aquellos años cuando predicaban Bandarán y el padre Cué, y podías ver a la Quinta Angustia o la Mortaja sin bullas, pensarán: “Mejor, cuanto menos bulto más claridad”. A ver si el coronavirus acaba con la masificación de las calles, que proliferó en los años ochenta, se desmadró en los años noventa, y ha seguido a lo friki en el siglo XXI. Hasta la Quinta Angustia va a llevar música en el tiempo de las masas (aunque no será de cornetas y tambores, claro, sino de los Font), con lo bien que ha crujido ese paso, con ese cimbreo que provoca repelucos en el ocaso del Jueves Santo. Es que todos los silencios no suenan igual.

Las masas sevillanas, en el imaginario popular, dan la medida del éxito. En el Museo de Bellas Artes, pongo por caso, a cualquier exposición le provocan colas. Pues si vas a ver la de Martínez Montañés, y entras del tirón para dentro, parece que es un fracaso. Sin colas no hay paraíso. Sin masas se empieza a hablar de decadencia. Y, de repente, aparece este coronavirus que está acongojando al mundo, por culpa de la OMS, que un día dice que no es para tanto, y al siguiente que deberían tomar medidas para frenar la pandemia.

Menos mal que en Sevilla se ha replicado como en los viejos tiempos. En las epidemias de verdad organizaban procesiones de rogativas. Algunos dicen que así se contagiaban más, pero siempre había un final de la epidemia. En la Macarena, el viernes pasado salió el Señor de la Sentencia en Vía Crucis y lo llevaron al mismísimo hospital, ajeno a todos los protocolos. Ayer salió el Señor de los Gitanos y hubo una concentración masiva para llevarlo a la Catedral en el Vía Crucis de las Hermandades. Hasta ahora Sevilla se está comportando como es debido: como si nada.

José Joaquín León