ESTÁ siendo muy comentado el libro póstumo de Juan Marsé, titulado Viaje al sur. La provincia de Cádiz es la que más aparece, y aporta una visión social, aunque parcial y anecdótica. El escritor llegó en octubre de 1962, y pasó por Jerez, Sanlúcar, Chipiona, Rota, El Puerto, Cádiz, Chiclana, Vejer, Barbate, Tarifa, La Línea y Algeciras. De esta última dice: “Es la ciudad más fea de cuantas hemos visitado”. Entre lo mejor está el capítulo de la miseria en el barrio de chabolas de El Zapal, en Barbate de Franco, con las impactantes fotos que hizo Albert Ripoll. El libro no se publicó entonces, y está superado por las obras mayores de Marsé. Pero interesa como testimonio social y de costumbres, y por su mala leche hacia los que despectivamente trataba como escritores de provincia.

 

Juan Marsé emprendió este Viaje al sur por encargo de la editorial Ruedo Ibérico, afín a exiliados del PCE, con sede en París. En el prólogo escrito por Andreu Jaume explica los motivos por los que no se publicó. El principal es que no le gustó al editor, José Martínez, que al parecer esperaba un texto más político, mientras que el escritor tiró por el lado sociológico y anecdótico. Marsé fue un espíritu libre, que militó apenas cuatro años en el PCE, y tenía sus ideas, siempre de izquierdas, pero no se plegó a los partidos, ni al catalanismo. Escribió en castellano las mejores páginas de la Barcelona de posguerra. Si te dicen que caí (a mi juicio su mejor novela) y Últimas tardes con Teresa están al nivel de los grandes del boom latinoamericano, y desde luego de la mejor novela contemporánea española, donde sólo Cela alcanza su nivel con otro estilo.

Marsé era genial, y lo demostró también en sus novelas de madurez, como El embrujo de Shanghai y Rabos de lagartija. En 1962, cuando visita la provincia, ya era autor de Encerrados con un solo juguete, pero estaba empezando. En Viaje al sur se burla de los escritores y poetas “de provincias” que conoció: Manuel Ríos Ruiz en Jerez; Manuel Barbadillo en Sanlúcar; José Luis Tejada en El Puerto, y José Manuel García Gómez en Cádiz, al que caricaturiza tanto que aparece citado como G. G. para evitar líos. Era injusto. El mismo Juan Marsé pidió que le publicaran el libro firmado con seudónimo.

Queda la impresión de que un escritor de su nivel (tan superior al provincial) pudo profundizar más. Es aleatorio y poco riguroso en lo que visita. Pasado el tiempo, ofrece el valor de lo pintoresco y del momento: 1962, un año crucial, todavía en la posguerra mísera, en un país que empezaba a desarrollarse gracias a los emigrantes.

José Joaquín León