EN la muerte de Pepe Hidalgo vuelve a sonar en nuestra memoria el eco inconfundible de su redoble. Sólo en Sevilla puede existir un debate intelectual sobre el arte de tocar el tambor. La Unesco declaró las tamboradas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en noviembre del año pasado. Se referían al toque del tambor y el bombo en las poblaciones del Bajo Aragón, que mantienen algo de ritual repetitivo, de un duelo a golpes sonoros por la Pasión. Es lastimoso que el redoble del tambor de Pepe Hidalgo no recibiera una consideración especial por la Unesco, algo así como un anexo , donde se elogiara que entre todos los tambores del mundo el más sublime era el de Pepe Hidalgo en Sevilla, que aprendió a tocarlo como los ángeles, o como si se lo hubiera inspirado el Señor de la Sentencia para ayudarle a andar en las madrugadas de tantos Viernes Santos.

El tambor definió la vida de Pepe Hidalgo, pero sobre todo provocó un debate. Su redoble pasó a ser el canon. Algunos decían que la banda de la Centuria Macarena era, en realidad, una banda más de tambores que de cornetas. Se olvidaba que los pasos van mucho tiempo al son ronco del toque del tambor, para que los costaleros ganen metros y anden con más soltura, y que la percusión es esencial en las marchas de pasos de Cristo, porque marcan el compás, y porque no deben ser apagadas o silenciadas con las estridencias de instrumentos ajenos a estas bandas.

La Centuria Macarena, con Pepe Hidalgo, fue básicamente lo que debía ser: cornetas y tambores, o tambores y cornetas. Empezaron a cuestionar los repertorios cuando otras bandas entraron en las peleas de gallitos de las bandas sonoras, en las composiciones coreográficas ajenas a la herencia de las antiguas bandas. Las cornetas y los tambores reflejaban la sencillez de lo militar y el recuerdo musical de la Policía Armada, que él distinguió y ennobleció con el redoble de su magia.

Cuando dejó la dirección de la banda de la Centuria Macarena, Pepe Hidalgo se quedó al frente de la Centuria Juvenil. Asumió el encargo de transmitir a nuevas generaciones su arte y su redoble, con humildad y paciencia. Hidalgo, durante muchos años, había luchado contra las modas para mantener vivo un estilo. Era un músico fiel a lo que quería ser. No estaba anticuado. Porque no dudaba de lo que hacía, que era lo correcto y lo necesario.

La banda de cornetas y tambores de la Centuria Macarena, sin Hidalgo, no será igual. El mejor homenaje que le pueden hacer es que siga sonando lo más parecida posible. Aunque los mitos son irrepetibles.

José Joaquín León