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LAS protestas que organizaron los agricultores la semana pasada en Sevilla han sido simbólicas. Cortaron las cuatro autovías de acceso. Con su actitud establecieron una frontera alegórica entre la Sevilla urbana y la rural. Puede que esa sea la madre de todas las batallas agrarias. La culpa no es sólo de los hipermercados ni de los distribuidores. La culpa no es sólo del Gobierno del PSOE y de Unidas Podemos, que basa el conflicto en repartir subsidios mejorados, aplicando la receta que mejor conocen Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: chupar de la teta del Estado, en vez de ordeñar la vaca. Sin embargo, puede que en el fondo del asunto esté el divorcio entre el campo y la ciudad, que tanto se nota en una Sevilla cada vez más urbana y menos agraria.

Muchos historiadores apuntan que Sevilla se hizo rural después de perder el monopolio del comercio de Indias. Se ha especulado con las consecuencias del traslado de la Casa de la Contratación a Cádiz en 1717, con la decadencia que ya existía cuando apareció la epidemia de la peste en 1649 (fue bastante peor que lo del coronavirus exagerado), y hasta con la invasión de los franceses y el expolio de Soult en 1810. Hubo un conjunto de circunstancias que convirtieron en conservadora y agrícola a la Sevilla decimonónica. Una ciudad que se habría refugiado en el campo, en vez de crear industrias fuertes, que se apegó a sus tradiciones y se inventó otras, como la Feria, de origen ganadero, creada por el vasco José María Ybarra y el catalán Narciso Bonaplata, como siempre se recuerda.

A partir del XIX se agranda esa leyenda de Sevilla como ciudad rural, o como pueblo grande, ajena al progreso y encerrada en sus costumbres, por otra parte tan del gusto de los viajeros románticos, autores de unos libros que sentaron los precedentes de las guías turísticas. La Sevilla de la posguerra civil, la de Queipo de Llano y la basílica, todavía no se había liberado de esos sambenitos ni de esos sangonzalos, algunos de los cuales siguen presentes.

Pero la Sevilla de hoy es diferente, es la que utiliza sus pisos como apartamentos turísticos mientras lo critican quienes se aprovechan. Es urbana y sólo se acuerda de lo rural para protestar contra el arboricidio, para reducir los naranjos, para talar los plátanos de San Lorenzo, para condenar a las melias de la Puerta de la Carne, o para cepillarse parte del arbolado de Nervión en las obras de un tranvía innecesario.

Y, de repente, los agricultores. Cortaron cuatro autovías y parecían seres llegados de otra galaxia, que habitan en unos pueblos aún de casitas bajas y pobreza enquistada. Mientras Sevilla les da la espalda.

José Joaquín León