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PASADAS las primeras euforias del desconfinamiento, están proliferando indicios perturbadores. En Barcelona y Zaragoza hay un nuevo confinamiento, no obligado sino recomendado. El fantasma de la segunda ola parece que se acerca. Juan Marín tampoco ha sido demasiado optimista en Andalucía, y no dice ni que sí ni que no para el futuro. Las mascarillas obligatorias son como el muñidor de la Mortaja, que va avisando de lo que viene detrás. Y la gente se va preparando, con miedo a lo que está por venir. No se olvida que los tiempos del confinamiento fueron muy duros. La gente salió a las calles de Sevilla por fases, como si recuperásemos las libertades con cuentagotas. Las franjas horarias, que pasaron a la historia. No podías besar, ni abrazar a los amigos, pero sí dar codazos.

Los bares de la Alameda protagonizaron las primeras fotos e imágenes de televisión. Hasta que se vio que el barrio de Santa Cruz estaba de luto y de obras. En verano podríamos viajar. Y ahora, cuando se puede, sólo se viaja a Matalascañas, La Antilla o Punta Umbría; a Chipiona, Rota o Conil; si acaso a Marbella o Fuengirola…

Algunos bares que abrieron han vuelto a cerrar. Algunos sevillanos que viajaron y se alojaron en hoteles de la costa no han vuelto a reservar. Madrileños llegan pocos. En el sector del turismo están resignados a un verano y un otoño de regiones devastadas. Los nuevos usos y costumbres han derivado en la normalidad del miedo.

Del confinamiento hemos pasado al síndrome de la cabaña. La gente se ha adaptado a quedarse en casa. Hay un sector de población que apenas sale a las calles de Sevilla, y que tampoco veranea. Si acaso algún fin de semana a las playas más próximas y vuelta a casa. El síndrome de la cabaña no es el miedo del portero ante el penalti, como escribió Peter Handke, sino el miedo a salir y dar un manotazo al aire, el miedo a la cantada. Entonces la portería se convierte en el mejor refugio. Por si el coronavirus pasa rozando el poste.

En las calles hay tristeza poscoital. Demasiados locales cerrados… Nadie se fía de nadie. Y menos que nadie de Pedro, Pablo y los políticos que nos gobiernan, cuya incapacidad para la respuesta temprana ya está sobradamente acreditada.

Las encuestas del CIS son más falsas que si las cocinara Judas. La gente no considera que la respuesta a la pandemia haya sido acertada, sino que le tiene miedo a la respuesta, porque nadie responde. Con la excusa de la cogobernanza, el Gobierno se limita a pedir subvenciones en Bruselas. Muchos han abierto un paréntesis en su vida. Para recuperarla quién sabe cuándo.

José Joaquín León