NO se sabe por qué, a un cierto sector de la izquierda más progresista le dio por los tranvías. Y no me refiero a los antiguos tranvías, como el que causó aquel accidente del paso de la O, aquellos tranvías de las fotos en sepia y de los tiempos del cardenal Segura. Me refiero a los tranvías como los que afearon la Avenida con sus catenarias en tiempos de Monteseirín. Hay algunos políticos y expertos que siguen empeñados en colar el gato del tranvía por la liebre del Metro, como si fuera lo mismo, cuando no lo es. Recurren al argumento de que sale más barato (y aún más barato sería no hacer nada). Pero es que, además, un tranvía de hoy en día no tiene nada de progresista, porque roba las calles a los peatones, que son los reyes de la ciudad.

UN ejemplo del disparate de las infraestructuras de Sevilla en el siglo XXI (y de la inutilidad de los partidos que gobiernan para resolverlo) es el tren de Cercanías al aeropuerto de San Pablo. Ese asunto se trató la semana pasada en el Pleno del Parlamento Andaluz, a pregunta de Ciudadanos. El consejero de Fomento, Felipe López, dijo que es partidario de conectar la estación de Santa Justa con el aeropuerto mediante el Cercanías, enlazando también con el apeadero de Fibes. Así se desprende de las primeras conclusiones del estudio de viabilidad que están elaborando; y que por supuesto todavía no han terminado.

COMO hay gente para todo, un propietario de pisos me alerta: ¿y por qué no crean en Sevilla una plataforma contra los okupas? Es decir un colectivo antiokupación, o algo así. Lo dice porque un grupo de asociaciones de vecinos de ciertas zonas del casco antiguo han formado un colectivo contra la turistización, que se denomina Cactus (con lo que pincha un cactus, ¿no podían haber elegido algo menos incómodo?), y que ya organizaron un encuentro de afectados en la Casa del Pumarejo, al que acudieron colectivos contra la turistización de Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca y San Sebastián. Son precisamente las ciudades donde se empezó a hablar de la turismofobia, una casualidad.

PARECE que todo el mundo estuvo en París, en el mayo del 68. Como ha pasado medio siglo, la gente joven ya no se acuerda, porque todavía no habían nacido. El mayo del 68 ha influido en la política y en la cultura, forma parte de los mitos. Pero, en la realidad, no influyó tanto a corto plazo, sino que un mes después, en junio del 68, hubo unas elecciones legislativas en Francia, que las volvió a ganar con amplia mayoría el general De Gaulle, un hombre de orden, mientras que los comunistas del PCF y los socialistas de Mitterrand se quedaron con la mitad de escaños. Muchos indignados no votaron. En Sevilla, y en España, todo eso se vivió como en otra galaxia. Aquí, en abril del 68, se hablaba del triunfo en Eurovisión con el La, la, la, de Massiel en minifalda. La modernidad.

LOS récords del Metro sevillano se han convertido en un sucedáneo de los barómetros del CIS para valorar las fiestas y sus circunstancias. Antes resultaba como más escatológico, ya que utilizaban como baremo las recogidas de basuras de Lipasam. Y así, en tiempos de Monteseirín y Zoido, se oía: la Semana Santa de este año ha generado más beneficios que la anterior, ya que han recogido tropecientas toneladas más de basuras. Y la gente loca de contenta. Lo mismo en la Feria. Sin saber si el resultado se debía a que había más guarrería, o menos, a la hora de ensuciar las calles. Por eso, el Metro lo veo como más aséptico y discreto. Además de que lo otro no ayuda al objetivo de Lipasam: convertir a Sevilla en la ciudad más limpia del mundo.