FUE un partido de rivalidad con todas sus consecuencias. Como en los viejos tiempos. Con dos aficiones animando y trasladando la rivalidad a las gradas. Un partido con un árbitro contemporizador, De la Fuente Ramos, que pitó un penalti de cobarde, provocado por Rodri, al que perdonó la expulsión en el primer tiempo. Y que después echó a Álvaro Cervera, que es un angelito en el banquillo. Ante esas injusticias, ante una derrota que no merecía, se alzó el mejor Cádiz. La rabia con la que reaccionó sirvió para cambiar el partido y poner lo que había que poner. Una vez más se vio que Ortuño (cuyo fichaje fue criticado por algunos) es un fenómeno del gol.

Salir vestidos de amarillos favoreció que tuviéramos un Cádiz reconocible desde el principio. El Córdoba le tenía mucho miedo a las contras cadistas, por lo que no se atrevían a atacar con rotundidad. En el primer cuarto de hora, el Cádiz controló el juego. Con Eddy en sustitución de José Mari, se practicaba un fútbol que servía para no pasar agobios, aunque después se cedió el control.

El Córdoba tuvo pocos argumentos y fue vulgar en todo el partido. El mayor peligro lo creó su delantero Rodri. Desde el principio se le notó que había salido a provocar a Sankaré y a buscar choques con el portero Alberto Cifuentes, descaradamente, cada vez que podía. Debió ser expulsado en el primer tiempo, en el que recibió la tarjeta amarilla a la tercera vez que la merecía. En sus botas también estuvo la mejor ocasión, al filo del descanso, tras una falta absurda que cometió el Cádiz por el método Arda Turan (sin necesidad y con necedad), pero Alberto detuvo bien su remate.

El partido trascurría en la segunda parte con un Cádiz demasiado agazapado. Ahí se equivocaron. Faltaba más ambición. Llegó el penaltito buscado por Rodri, al que Sankaré colocó la mano en la espalda con ingenuidad. Con el gol del ex sevillista, se rompió el partido. Parecía que el Cádiz repetiría el guión de Tarragona: derrota sin pasar apuros.

Pero ahí (y más aún tras la expulsión del entrenador) surgió la rabia amarilla. Un gran pase de Alvarito sirvió para que viéramos al mejor Ortuño, al que define como los grandes delanteros. Y, lejos de echarse atrás, como otras veces, el Cádiz buscó la victoria. Obtuvo un justo premio, porque crearon cuatro ocasiones muy claras en el último cuarto de hora. El segundo gol fue de manual, un centro espléndido de Brian Oliván (por fin tenemos un lateral que mira y centra colocado) que cabeceó el depredador Ortuño. Y el tercero llegó gracias a Aitor, que volvió a ser el revulsivo perfecto, y marcó desde fuera del área. Fíjense: centrar bien y a la cabeza, rematar bien desde lejos… Se trata de habilidades desconocidas en los años de la Segunda B.

El Cádiz ha conseguido ya la mitad de los puntos que necesita para salvarse. Si le gana al Sevilla Atlético en Carranza el próximo domingo se irá al parón de las vacaciones con 30 puntos. Está ahí porque algunos jugadores han mejorado su rendimiento, y creen en sus posibilidades. Pero en Córdoba se volvió a ver que este Cádiz triunfa cuando pone todo lo que tiene, sin ahorrar esfuerzos.

José Joaquín León