EN la ciudad de Cádiz había varios abogados que hacían ilustre a su colegio. Cada cual con su estilo, pero todos como ejemplo de algo que se está perdiendo: el señorío. Es justo lo contrario del señoritismo y la chulería. Es el saber estar, la referencia, el modelo a seguir y la coherencia. Uno de ellos era José Antonio Gutiérrez Trueba. Fue decano de ese colegio al que contribuyó a dar más lustre y hacerlo más ilustre. Pero sobre todo fue un personaje muy importante en la ciudad de los años 70 y 80 del siglo pasado. Con él comenzó la Transición real, antes que la política. Y él se comió el marrón de unos años difíciles para la ciudad, en los que supo luchar contra la decadencia, como hacen los caballeros andantes. Era un Quijote de andar por Cádiz, la ciudad a la que dio su vida.

A Gutiérrez Trueba, además de su aportación como abogado, se le pueden reconocer varias facetas de su gaditanía. Como cofrade fue importante para la Hermandad de Afligidos, en unos años en los que representaba el señorío de la Semana Santa gaditana de un modo familiar. Es decir, cofradía de familias, que es mucho más que de apellidos. Cofradía donde la calidad predominaba sobre la cantidad. Cumplió una misión, sin ser capillita.

Entre todas sus facetas, la más importante es el fútbol. Hay un Cádiz CF de antes y después de Gutiérrez Trueba, que lo presidió de 1970 a 1975. Es uno de los tres presidentes más importantes de la historia del club. No lo ascendió a Primera, pero estuvo cerca. Fichó a Domingo Balmanya como entrenador y a buenos peloteros. Era un equipo que luchaba por mantenerse en Segunda y lo convirtió en un club con aspiraciones de subir a Primera. Puso las bases para el ascenso. Cambió la mentalidad pobrecita. Y consiguió algo que se echa en falta: que el Cádiz jugara al fútbol, de verdad, y no se dedicara a dar patadones a seguir, como si jugara al rugby.

Con Balpiña, y con otros periodistas, supo Gutiérrez Trueba mantener unas relaciones productivas para la causa amarilla. Ya digo que su presidencia futbolera fue la mejor aportación. Por el contrario, no era un político profesional. Durante ocho años fue concejal de la AP de Fraga y diputado provincial. Pero lo suyo no era el politiqueo, sino la gestión. Es uno de los buenos alcaldes que se perdió Cádiz. Peor para Cádiz, donde hoy cualquiera puede ser alcalde, según se ha visto.

En sus últimos años, dejaba sus impresiones en su perfil de Facebook. Me elogió algunas veces, un honor. Siempre lo recordaré como uno de los grandes gaditanos de su tiempo, que luchó por una ciudad mejor, a la altura de su historia.

José Joaquín León