A pesar de lo que digan en el Congreso del PSOE, de cara a la galería y con brindis al sol, después está la realidad del día a día. Ir partido a partido, que dijo Simeone. O ir elecciones a elecciones, que dirían ellos. Y es evidente que el PSOE, el partido con más historia de los que todavía quedan, se encuentra en una encrucijada, en un tiempo diferente, que le obliga a una mayor imaginación si quiere seguir en el poder. Hasta ahora Pedro Sánchez sólo se ha movido en un corto plazo, con el objetivo de llegar a la Moncloa y mantenerse después. Ese trayecto se le complicó, porque se encontró con una pandemia inesperada, que gestionó mal al principio; y que mejoró cuando dejó de gestionarla su Gobierno y le traspasó la cogobernanza a las autonomías, que se han encargado de vacunar y recuperar la normalidad. Está bastante tocado, pero no hundido. La oposición no ha rematado la faena.

El futuro se intuye lleno de trampas y complejidades. Al PSOE ya no le valdrá una estrategia para salir del paso con la ayuda de Frankenstein. Porque ahora ha aparecido otro Frankenstein por el extremo de la derecha, que también aspira a votos de los frikis y cabreados. En el PSOE no resulta que convivan dos sensibilidades. En la Segunda República incluso hubo tres: las de Julián Besteiro, Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero. Aunque la guerra civil fue iniciada por Franco, algunas decisiones de Largo Caballero merecen una revisión de la memoria. Es curioso que el primer Pedro Sánchez optara por esa línea, aunque ahora parece que se apunta a las tres.

El felipismo de González intentó superar el pasado con moderación y pragmatismo. En esa línea se sitúa Emiliano García-Page, discípulo de Pepe Bono en sus orígenes, que ha pedido un PSOE con más centralidad y transversal. Es decir, menos izquierdista. En la Transición, ser de izquierda (incluso comunista o ex comunista) era un plus de prestigio. Pero desde Zapatero empezó a perder glamur; y desde Pablo Iglesias el podemita ser de izquierda ya se vio como algo más demagógico que intelectual. Aunque ser de derechas sigue estando mal visto.

El centro de Ciudadanos se lo cargaron ellos mismos. Ese espacio sigue en disputa. El centro, en exclusiva, no gana unas elecciones desde la UCD de Suárez, pero ayudó a Felipe en 1982. Y también al PP, sobre todo a Rajoy en 2011, cuando consiguió el 44,6 % de los votos con 183 escaños. El disfraz centrista de Sánchez se está probando, y no es descartable. Tendría dos riesgos para él: que se desubique y que sea increíble.

José Joaquín León