ESTAMOS en Cuaresma y el Carnaval va de recogida, a la espera del último fin de semana con el domingo de Piñata. Pasarán los días y entraremos en un periodo de reflexión. A Lola Cazalilla, la concejala de Fiestas (que también lo es de Cultura), la espera un año de trabajo, tras haber vivido su primer Carnaval como responsable municipal. En una entrevista publicada en la revista El Popurrí, que edita Carlos Medina, la señora Cazalilla dice: “Ya no soy la esposa de un comparsista, ahora él es el marido de la concejala”. Esto es una curiosidad del empoderamiento feminista, y revela la importancia del cargo.

Para el próximo año queda una agenda nutrida, con asuntos como los siguientes: la fase preliminar, que es insoportable; la gran final, que es insoportable; el primer sábado de Carnaval, que es insoportable en algunas cuestiones de ambiente y que muestra deficiencias en la programación; el domingo de Carnaval, con una cabalgata que necesita más carrozas si de verdad quieren que sea maravillosa; los días laborables de Carnaval, que dependen en exclusiva de las coplas vespertinas en las calles…

Hay muchos aspectos que se deberían debatir para mejorarlos. Puede que lo más criticado sea el concurso, el denominado COAC, con toda la parafernalia que pulula a su alrededor. ¿El verdadero Carnaval es ese o el de la calle? Esa pregunta la oímos con frecuencia, pero es una trampa. El verdadero Carnaval es el del concurso y el de la calle; sólo con uno tendríamos una fiesta incompleta.

Aspectos como la crisis de nuevos autores (y la inexistencia de autoras de relevancia) no se pueden resolver en los despachos. Salen o no salen, depende de las circunstancias. Pero hay demasiadas asignaturas pendientes. Entre ellas, urge acabar con las preliminares tediosas y la gran final para locos, cuya duración choca con la naturaleza humana. El modelo del Carnaval actual se está agotando. Hay que mejorarlo antes de que entre en decadencia. Actuar o no hacer nada, esa es la cuestión.

José Joaquín León