SÓLO faltan 14 puntos para cumplir el objetivo de la salvación. No se sabe cómo ganó el Cádiz. Con uno menos y jugando sin acierto en los pases. Pero con una enorme entrega y con fe cuando era más necesario. Se iba avanzando en el tiempo a base de puntapiés al balón. Y cuando se daba por bueno el empate, cuando Ortuño había ido al banquillo, llegó un Aitorazo, un golazo de los suyos. Tres puntos para vivir un sueño: con los pies en el suelo no se hubiera ganado. El amarillo no sé si estará maldito para los artistas. Para el Cádiz, como escribió Manolito Santander, está bendito.

A nadie se le ocurrirá decir que Álvaro Cervera es un gafe. Un entrenador con un jardín de flores como éste no se recuerda en décadas. Además, había vuelto al equipo Garrido, que es un talismán. Ya he escrito varias veces que con él es más difícil perder. Aporta un equilibrio de por aquí no pasa nadie y cubre los paseos de otros.

El Almería llegaba a Carranza con el agua al cuello en la clasificación, con el entrenador Soriano amenazado de despido, y con dos fichajes de invierno. Uno de ellos, Borja, jugó como titular. El Almería salió con grandes precauciones, tapando espacios al Cádiz. No buscó la victoria con decisión en toda la primera parte. Demostró que es firme candidato al descenso a Segunda B.

El Cádiz, ante un rival endeble, desperdició el primer tiempo. No le dejaban huecos para los contragolpes. Arriba sólo funcionaba la velocidad de Alvarito. Desde el principio, se vio que Ortuño no tenía su noche, ni para el remate, ni para jugar el balón con sentido. A eso se añadía la nulidad de Nico, que no culminaba una jugada; y el quiero y no puedo de Rubén Cruz, que no es mediapunta ni aporta goles, aunque hace lo que puede.

Al principio del segundo tiempo, tras un remate de Corona al palo, se vio que el Almería salía con otra mentalidad, que jugaría a intentar ganar. Se lo pusieron más fácil con la expulsión de Sankaré, que vio dos tarjetas chungas, completando uno de sus peores partidos, pues además tuvo dos fallos espeluznantes. Con uno menos (pero con Servando sobrio y con Aridane multiplicado) mejoró la contención. Hasta el punto de que en los 43 minutos que jugó el Almería en superioridad (incluida la generosa propina del alargue que dio el árbitro González Fuertes) achucharon, inquietaron, pero no marcaron, ni crearon jugadas claras de gol.

La decisión de sentar a Ortuño fue un acierto, pues no tenía su noche y estaba agotado. También la de cambiar a Abdullah, que alternaba preciosismos con fallos comprometidos. Nadie pensaba que este partido lo podía ganar el Cádiz, que jugaba a mantener el empate como fuera. Pero en esas que llegó un balón a Aitor, el revulsivo perfecto. Lo preparó y teledirigió un misil a las redes de Casto. Un golazo de autor, un golazo de Aitor. Nadie como él sabe chutar así en el Cádiz. Sus apariciones convierten en minutos de gloria el final de los partidos.

Tercer puesto, aunque parezca increíble. El objetivo se acerca, el amarillo sigue bendito. Pero hace falta apuntalar el equipo con refuerzos para que no se estropee una temporada prometedora.

José Joaquín León