EL destino devolvió al Cádiz, en el último minuto, los dos puntos que le regalaron al Mirandés. Parecía imposible que le marcaran un gol al Racing de Santander, que había jugado con uno menos durante más de 80 minutos (prolongaciones incluidas) por la merecidísima expulsión de Olaortúa, que hizo una entrada de aizkolari a Nano Mesa, al que lesionó. Esta jugada enrareció el partido, que pasó a ser un recital de impotencia por parte del Cádiz. Hasta que llegó la jugada del gol, con un chupinazo postrero de Juan Cala. Premio para el central, que había sido el mejor del Cádiz con diferencia.

Esta vez había recuperado Álvaro Cervera a sus titulares del mediocampo hacia atrás, con Garrido y José Mari como pivotes y con Fali y Cala como pareja de centrales. En el ataque, estaban como titulares Iván Alejo,  en su línea de fulgor guerrero, y Nano Mesa, que terminó en la enfermería, arrollado y cazado por su marcador.

El partido ya había empezado rarito, porque en los primeros cuatro minutos el árbitro De la Fuente pitó dos orsays del Cádiz que eran más que dudosos, y no dejó continuar las jugadas hasta la revisión del VAR. Era de temer otro recital de pito, y más después de que le mostrara sólo la tarjeta amarilla a Olaortúa por su terrible entrada a Nano Mesa. Pero cuando apreció los daños causados al delantero amarillo, que se retorcía entre lágrimas, desde el VAR le avisó Sagués Oscoz, el mismo de otras tardes gloriosas, y expulsaron al del hachazo.

Se quedaba el Racing con diez para afrontar 74 minutos de partido y las prolongaciones. El Racing es el colista y no por casualidad, pero luchó muchísimo y mantuvo a raya al Cádiz, hasta que se ahogaron en la orilla de la última jugada. Hasta ahí el partido fue un quiero y no puedo del equipo de casa, que volvió a demostrar el mal momento que atraviesa.

Por el caído Nano Mesa entró el Choco Lozano. Antes del descanso también entró Salvi por Garrido, que había visto tarjeta amarilla. Un cambio táctico, por lo que pudiera pasar. Cuando Iván Alejo vio otra tarjeta amarilla, totalmente innecesaria, también fue relevado, en su caso por Pombo, que sigue adaptándose y aún le falta.

El Cádiz dominaba sin saber qué hacer al atacar. Centros imposibles y pases al tuntún. Un fútbol prehistórico y descontextualizado. Sólo hubo peligro claro en un desvío acrobático de Lozano, que tocó en el poste, y en un remate de Perea, con toda la portería para él, que envió fuera. Ese fue el único peligro que le crearon al hijo de Zidane. Sacaban un córner tras otro sin rematar ninguno.

Hasta que llegó el chutazo de Cala, que dio una lección de orgullo en el minuto 93. Antes salvó más de medio gol del Racing, tras un fallo de Fali. Perder hubiera sido el colmo de esta noche borrascosa. Pero llegó el premio final. ¿Y saben por qué? Porque Cala chutó a la portería, que es donde se marcan los goles. No se marcan a diez metros por encima, como en otros disparos anteriores, que parecían ensayos de rugby.

Está clarísimo, después de este partido chungo, que en los despachos deben esforzarse para fichar dos delanteros, y sin equivocaciones. Quedan pocos días.

José Joaquín León