CONSIGUIÓ el Cádiz un punto en Tenerife, cuando se desembarazó del miedo con el que había jugado toda la segunda parte. Miedo porque estaba con un futbolista menos, tras la rigurosa expulsión de Ortuño. Al final, hasta pudo ganar, como pudo perder, en esos últimos minutos enloquecido. Hubiera sido lastimoso volver de vacío de Tenerife, ante un rival que mostró carencias y que dejó jugar. Este Cádiz también volvió a exponer sus defectos, hasta que al final se liberó de los complejos.

El Cádiz vistió de verde, como en Reus. El único que vistió de  amarillo fue el árbitro Pizarro Gómez. Sería para despistar. En las tarjetas estuvo en plan casero descarado. Y no sólo por la expulsión de Ortuño en el minuto 41, que condenó al Cádiz a disputar más de medio partido en inferioridad. Cuando le enseñó la primera amarilla a José Mari, el Cádiz sólo había cometido dos faltas y el Tenerife seis sin que vieran ninguna tarjeta. El rasero casi siempre fue distinto. Eso perjudicó bastante al Cádiz. Aunque es verdad que no pitó una mano de Sankaré en el área. Sería que no la vio, como ha ocurrido en otros partidos con tres manos a favor del Cádiz que también eran tres penaltis.

En la primera parte, el partido estaba equilibrado. A Ortuño le faltó acierto para el remate, y Germán lo frenó en una falta cuando iba flechado a puerta. Así las cosas, la única ocasión clara que tuvo el Cádiz en la primera parte fue un remate de Rubén Cruz al palo.

El Cádiz jugaba con cierto criterio, pero sin culminar arriba. El Tenerife se despertó antes de la media hora, cuando vieron que por la izquierda del ataque tenían una autopista. Carlos Calvo dio más toque de balón al Cádiz, pero restó apoyo a Carpio, que era desbordado con facilidad.

En la segunda parte, con uno menos, el Cádiz cometió el gran error de echarse atrás y despejar a base de balonazos. Renunció por completo a intentar algún ataque, que también se puede con 10 jugadores, como se vio al final. Era cuestión de tiempo que cometieran algún error y encajaran un gol. Y así ocurrió, en una jugada por la izquierda, con centro  que cabeceó Jouini, aprovechando el despiste de  Aridane. Quizás en su único fallo significativo, aunque resultó determinante.

Nadie esperaba que el Cádiz reaccionara. Pero empató cuando  se fueron arriba en la prolongación, aprovechando que Nico estaba de lateral derecho, con Aitor y Álvaro en las bandas y Santamaría en su sitio, que es de delantero, no de media punta talentoso, donde se pierde. El portero Dani Hernández, al que se le escaparon casi todos los balones comprometidos desde el principio del partido, volvió a rechazar mal, y en el barullo Santamaría la empujó a gol. A renglón seguido se pudo ganar, cuando Alvarito puso un balón de gol que Abdullah no atinó a rematar antes de que un defensa se le echara encima. Y después se pudo perder, cuando Alberto desvió un cabezazo que entraba. Todo eso en dos minutos finales de locura.

El punto conseguido vale mucho por las circunstancias. Aunque no debe ocultar que este Cádiz necesita más control del juego, más verticalidad,  más confianza y menos despistes.

José Joaquín León