LA migración irregular en las costas de Cádiz, en España, en Europa, no se solucionará hasta que se trate con realismo. Pasa, inequívocamente, por terminar con la colonización de África. Es un problema que se debe arreglar en origen, en esos países que antes eran colonias y ahora son anarquías. Los migrantes llegan a nuestras costas en oleadas mayores o menores, según las circunstancias. Ahora llegan más porque la UE le pagaba a Marruecos 40 millones de euros por el acuerdo de pesca, que va a caducar. El rey Mohamed VI y los suyos piden el doble: 80 millones por renovarlo y por cerrar la puerta que han abierto. Estas cosas funcionan así. Porque la migración también es un negocio.

Cuando vemos a esos pobres inmigrantes extenuados, o salvados a duras penas, es normal que sintamos compasión. Ellos no son los culpables, sino las víctimas de lo que se ha montado. A muchos los devuelven; otros se quedan y aportan mano de obra barata. Algunas de las mujeres jóvenes terminan en redes de prostitución. Es duro lo que voy a decir: los migrantes son como los esclavos del siglo XXI. Hay redes de trata de migrantes como las había de esclavos. Y en los puertos de Cádiz se sabe bastante de eso, porque es la entrada de África.

En la Universidad de Cádiz tenemos profesores expertos en la esclavitud, como Arturo Morgado y María del Carmen Cózar, que han publicado libros, han organizado congresos y simposios, etcétera. En ese Cádiz tan liberal, tan ilustrado, tan constitucional, tan maravilloso de los siglos XVIII y parte del XIX vivían familias con esclavos. Era una sociedad que lo consideraba normal; y no es que estuvieran dándoles latigazos todos los días, ni ellos iban a lo Kunta Kinte, sino que se asumía.

Ya no hay esclavos, pero a veces lo parecen. Las mafias que trafican con ellos los movilizan a su manera. Unos mueren, otros no cumplen sus sueños. También los hay que cubren los oficios que los españoles no quieren, en un país cuya tasa de paro supera el 16%; en la provincia donde el 30% de su población activa está desempleada.

Debemos ser humanos, pero no ingenuos. Debemos compadecernos de ellos y ellas, pero no olvidemos lo que hay detrás, que es la verdadera vergüenza. Todo tiene un precio. Casualmente, cuando  Marruecos pide más dinero por el acuerdo de pesca, falla el freno de las pateras. Y si llega el Aquarius a Valencia es porque en Italia casi la mitad de la población está de acuerdo con Salvini. No es un problema de misericordia en Europa, sino de justicia en África.

José Joaquín León