EN Riad, capital de Arabia Saudí, las cosas de palacio van despacio. En eso se parecen a Cádiz. Por fin, el príncipe heredero, Mohammed Bin Salman Bin Abdulaziz Al-Saud, ha firmado el contrato que pactaron el pasado mes de abril en Madrid. Un contrato conseguido gracias a la mediación del rey Felipe VI y su padre Juan Carlos, cuando todavía era presidente del Gobierno Mariano Rajoy. Precisamente la entonces ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, fue la que intercambió el acuerdo de intenciones. El contrato es famoso, porque aportará una inversión de 1.880 millones de euros y facilitará cinco años de carga de trabajo en el astillero de Navantia en San Fernando, con 6.000 empleos directos e indirectos.

A pesar de lo que supone ese contrato, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, y su acólito Juan Carlos Monedero se pronunciaron en contra, en su momento, porque las cinco corbetas son “armas de guerra” y van para un país antidemocrático. Tan antidemocrático, por cierto, como Irán, con el que abiertamente simpatizan. Menos mal que rebajaron las críticas, por consideración a sus camaradas González y Rodríguez, que no sabían dónde meterse después de los coletazos. Sólo hubiera faltado que se cargaran cinco años de trabajo para 6.000 criaturas, por culpa de un caprichito del nene del chalé. El asunto quedó zanjado.

La alcaldesa isleña, Patricia Cavada, del PSOE, ha sido más coherente y ha mostrado su satisfacción por el acuerdo. Los que protestaban deben tener en cuenta la situación geoestratégica en que nos encontramos. En San Fernando (Cádiz), desde tiempo inmemorial, la Armada española y las empresas navales militares han desarrollado una función social muy importante para la economía local. Esos mismos astilleros de Navantia son la prolongación de la que se denominaba Empresa Nacional Bazán. El contrato firmado implica también la presencia de 600 marinos saudíes, que recibirán formación en el Arsenal de la Carraca.

Como ya se ha explicado varias veces, en la confusa situación del Golfo Pérsico (cuna de varios grupos terroristas islámicos) hay que elegir bien los amigos y los enemigos. Sobre todo porque algunos amenazan directamente las libertades y la democracia en Occidente. Esas corbetas, también hay que decirlo, por ahora van en la buena dirección; o en la menos mala. Siempre y cuando se quieran mantener las libertades y la democracia en Occidente, por supuesto. No hay que avergonzarse, sino celebrar que hayan conseguido ese trabajo.

José Joaquín León