A partir de lo ocurrido en el denominado Carnaval de Verano, se ha entablado una polémica peligrosa en Cádiz. Los cubos de agua y las amenazas a una agrupación callejera y a la murga uruguaya ‘La clave’ fueron sucesos aislados. Pero han creado un precedente curioso, que afecta a dos cuestiones de la convivencia en Cádiz (y en otras ciudades). Para empezar, las calles no son sólo de los vecinos, sino que son de todos, y el derecho de los vecinos al descanso se debe aplicar con sentido común y asumir ciertas excepciones en las fiestas. Por otra parte, en ningún caso son tolerables insultos, amenazas o actitudes agresivas.

La concejala de Fiestas, María Romay, se ha mostrado sorprendida por lo ocurrido. Podemos comprender que el gaditano y la gaditana residentes en el centro histórico están quemados por el jolgorio festivo que les afecta durante gran parte del año. No es sólo el Carnaval, la Semana Santa u otras fiestas ordinarias y extraordinarias, sino que son los conciertos de rock a todo trapo que el viento acerca o aleja. Por lo que a veces dormir es misión imposible.

No obstante, se debe interpretar la realidad con coherencia. Sería una necedad prohibir las fiestas de Cádiz para que las calles se queden como una sucursal del Hospital Puerta del Mar de madrugada. Todos los vecinos no están enfermos, ni trabajan al amanecer del día siguiente. Aunque tienen derecho a descansar a ciertas horas. Y es ahí, en el horario y los ruidos, donde hay que fijar los límites.

¿Qué es lo inadmisible? Las movidas que no se mueven y concentran los ruidos en un mismo lugar durante varias horas. Ese ruido fijo no es comparable con una chirigota de Vera que canta media hora, o una banda Rosario que tarda 10 minutos en pasar. Un ruido ocasional o episódico no es lo mismo que un jaleo molesto y permanente, que se prolonga hasta el alba. Un ruido ocasional te sobresalta, pero no impide dormir toda la noche.

En Cádiz tenemos tolerancia y convivencia para entender que las calles son de todos: los que están de fiesta y los vecinos. También tenemos vecinos que viven en un piso turístico por la cara, o vete a saber de donde ha salido el gachó o la gachí.

No se puede generalizar, ni decir que la culpa la tiene Kichi porque ha convertido esta ciudad en un Carnaval permanente. Se trata de convivir, sin abusar; ni tampoco pasarse de siesos, como si estuviéramos en la Cochinchina o en Siberia.

José Joaquín León