SE suele decir en las tertulias que “el nacionalismo se cura viajando”. No está comprobado. Fíjense si ha viajado Puigdemont, que ha ido de Bélgica a Finlandia, pasando por Alemania para volver a Bélgica, y sigue igual de majarón. Ese tópico es una adaptación de otra reflexión de Pío Baroja: “El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando”. Posteriormente, lo del nacionalismo también se atribuyó a Miguel de Unamuno, no sé si por darle más hondura de pensamiento. En teoría, viajar sirve para conocer nuevas culturas y nuevas ideas. Pero en Cádiz viajar no sirve para nada, como lo demuestra que la concejala María Romay fue a Moscú y volvió hablando de la promoción del Carnaval “en el continente asiático”.

Pues eso: ¿viajar para qué? Supongamos que una pareja  de Moscú, incluso de origen asiático, viene al Carnaval de Cádiz, atraídos por la fuerte promoción realizada, y consiguen dos entradas para el Gran Teatro Falla. ¿Qué pensarían ese ruso y esa rusa, después de disfrutar con el repertorio de las agrupaciones? Habría que explicarles previamente las diferencias entre una sesión de preliminares (a las que acuden otros extranjeros de Sevilla y por ahí) y la grandeza de una semifinal en la que los grandes autores se juegan los premios gordos. Y si los rusos son forofos del coro de Luis Rivero, ¿qué pensarían si no lo ven? Tampoco comprenderían por qué se pierde media hora entre una agrupación y otra, ni las vicisitudes del Bar. Pues en el Falla no hay Var, sino Bar.

Supongamos que los rusos prefieren disfrutar del Carnaval en la calle. Y les hablan de la Torre Tavira, no ya para ver la Cámara Oscura de Belén, sino para disfrutar de las chirigotas callejeras que cantan delante de lo que un día será el Museo del Carnaval. “¿Se puede entrar en el Museo?”, preguntarían los rusos con lógico candor. “No, picha”, le contestarían. Aunque nunca se sabe, pues a lo mejor, con un poco de suerte, se lo enseña el mismísimo alcalde Kichi.

Explicar el Carnaval a los rusos no es sencillo. Por eso, han venido pocos a disfrutarlo, con permiso de El Yuyu y su chirigota de Leningrado. Y no es porque no sea de su agrado, sino porque Tolstoi no escribió que el nacionalismo ruso se cura viajando. Por el contrario, escribió Los cosacos, una novela con nombre de coro de Puerto Real.

Por eso insisto: ¿viajar para qué? No es sólo un problema de geografía, sino que el Carnaval de Cádiz tiene poco futuro en Moscú. Dudo que nos envíen una chirigota titulada ‘Los hijos de Lenin’ para repartir caviar y rivalizar con las anchoas de Santoña.

José Joaquín León