EN cualquier ciudad del mundo civilizado no se entendería la polémica que existe con la fiscalidad del Carnaval. Sólo se puede entender si le aplicamos una mentalidad gaditana, que viene del socialismo utópico y el anarquismo libertario, combinado con la doctrina social de la Iglesia. Es decir, una fusión de Fourier y Bakunin con León XIII, o una síntesis entre Fermín Salvochea y el beato Diego José. Traducido resulta que por lo humano y  por lo divino está justificado que el pobre se busque la vida, en casos de necesidad. Y que  se comprende que la buena gente modesta cobre una paguita del paro, o la pensión, mientras se busca alguna ayudita con unos chapús de si te vi no me acuerdo.

Por eso se dice que Dios te lo pagará, y que al César le demos lo suyo, pero tampoco todo. En Cádiz el asunto está asumido, y con todas las bendiciones, tanto por lo civil como por lo canónico. Existe consenso. De ahí la indignación cuando ha aparecido Hacienda, que quiere tratar a los coristas, los comparsistas, los chirigoteros y los cuarteteros como si fueran ricos. Y como si una comparsa fuera una empresa auxiliar de Navantia, o una chirigota estuviera integrada por una plantilla de camioneros.

La gente se dará cuenta así de lo que implica subir los impuestos. La gente oye que el Gobierno de Pedro Sánchez se los va a subir a los ricos, y piensa lógicamente: “¡Que se jodan, para eso son ricos!”. Pero después resulta que ustedes también sois ricos, o eso se han creído. La ministra María Jesús Montero, que dejó su cargo en la Junta y se fue a Madrid, ha recordado que las propinas de los camareros también tributan a Hacienda. Es decir que si dejan 50 céntimos en el chiringuito de la playa, el Fisco se queda con 10,50 céntimos. Así están de avariciosos.

Es un cutrerío, ya lo sé. El buen chirigotero (es decir, el que hacía sus galas de Algeciras a Estambul, o de Almería a Finisterre), con ese dinerito, a lo mejor arreglaba su cuarto de baño, o ponía cocina nueva en casa, y por supuesto se lo hacía su compadre en las horas libres. Era una economía de subsistencia, tolerada por el sistema. Pues ya se ha dicho que se trata de achuchar a los ricos, sin pasarse de rosca con los pobres.

Esto ya se ha terminado. Ahora intentan recaudar todo lo que sea posible, y así va a resultar que un comparsista es tratado como empresario, lo que nos quedaba por ver. Y menos mal que el alcalde González ya no sale. Entre el fin del chapú y las paguitas menguantes, van a dejar todavía más pobres a los pobres. Y al final, no sé como lo hacen, pero los ricos son cada vez más ricos.

José Joaquín León