EN la vida siempre tuvo mala suerte, excepto una vez: el día que la eligieron ninfa. Verónica Otero, que ha muerto a los 35 años, era una mujer joven, como tantas otras, aficionada al Carnaval y a las tradiciones de Cádiz, que peleó por cumplir unos sueños razonables que se le escapaban. Menos aquella vez, cuando la eligieron ninfa del Carnaval, a ella, que era una chavala sencilla de un barrio modesto, nada llamativa, que podía ser como tantas, pero que aquella vez había despertado el interés del jurado presidido por Paco Moya. Así tuvo su noche de gloria en la plaza de San Antonio, en un espectáculo donde desfiló como una artista y no fue elegida diosa, pero donde se empezó a fraguar una amistad que ella cultivó entre aquellas jóvenes gaditanas, de todas las clases sociales, tan diferentes, que no se conocían.

Hoy, cuando han pasado más de nueve años desde aquella noche, unas trabajan en Cádiz, otras se fueron con empleos mejores; unas aún buscan algo que encauce sus vidas y otras ya se han orientado. Pero ahora, en aquella generación del Carnaval de 2009, falta Verónica Otero, que era la presidenta de la Asociación de Ninfas. Vero ha muerto a los 35 años, víctima de una metástasis generalizada que no pudo ser frenada a tiempo. Cuando le faltaban pocos días para morir, había comentado: “¡Qué mala suerte he tenido!”. Y nunca se sabrá si lo decía con pena, con rabia, con resignación, o con un dolor que se quedaría sólo para ella.

Siempre fue una luchadora. La Vero que de niña vivió las dificultades de una familia humilde a la que guiaba su madre sola, adelante, con muchísimo esfuerzo. La Vero que esperaba un futuro sin tantos problemas y que disfrutaba con las fiestas de su ciudad. La Vero que presidió la Asociación de Ninfas y le plantó cara al Ayuntamiento cuando las suprimió, por un capricho chungo de algunos feministos y feministas. La Vero que tanto se indignó cuando la acusaban de florero a ella, que se había partido la cara en un tiempo difícil, que había sido un ejemplo de tesón para muchas mujeres.

Era una gaditana más, que quizá, en otras circunstancias, jamás hubiera aparecido en el Diario, ni se habría distinguido entre la monotonía. Pero ella quería romper esa mala suerte de su vida, esos años perdidos, esas ilusiones voladas, todo lo que se le escapaba. Por eso es aún más triste que la sorprendiera un final tan injusto. Hoy sólo en la ausencia, entre las últimas esperanzas, nos podemos imaginar ya a Verónica Otero, de nuevo vestida de piconera, como si bailara un tango eterno, con la alegría de saber que por fin se acabó su mala suerte. Vero será por siempre la última ninfa de Cádiz.

José Joaquín León