EL español ya no es lo que era. Hay que ver lo que se ha formado porque la película Roma, de Alfonso Cuarón, ganadora del León de Oro en Venecia y de dos Globos de Oro, ha sido subtitulada al español. Hay diálogos en mixteco, que no los entendían nada más que los indígenas supervivientes de la masacre colonial de Hernán Cortés (ese conquistador, que se llamaba igual que el pintor gaditano); pero es que en Netflix y en algún cine de Madrid, capital de las Españas, habían traducido todo, incluso “el español de México”. Y, claro, han puesto el grito en el cielo, con razón. Porque estos mexicanos antes eran unos hijos de la Madre Patria en su versión de manitos, pero ahora son unos migrantes y puede que los expulsen, y para colmo no se les entiende en su jerga.

¿Y qué tiene que ver el Carnaval con los mexicanos? Bueno, es uno de los tipos más cutres para los disfraces callejeros, como el de bruja, el de fantasma, o el de moro con chilaba. Pero digo yo: si hay intelectuales que van al cine a ver una película que ha ganado el León de Oro y dos Globos de Oro, y que es candidata al Óscar; es decir, personas de mucha preparación, y no entienden lo que dicen los mexicanos, ¿qué les pasaría en Cádiz? ¿Serían capaces de coger a la primera el cuplé de una chirigota o el popurrí de una comparsa? ¿Y el tango del coro que consigue la Aguja de Oro?

Ese primo de Madrigal de las Altas Torres (Ávila), o esa cuñada de Quintanilla de Onésimo (Valladolid), que consiguieron sus entradas en Internet, ¿entienden “el español de Cádiz”? Posiblemente, conocen de oídas que aquí se dice mucho eso de “pisha”, incluso sin necesidad, y que nadie lo ha considerado jamás como un detalle machista, aún evocando remotamente el órgano varonil. Conocen que existe un barrio llamado de la Viña, y otro de Santa María, y el del Mentidero, y que el alcalde se llama Kichi. Pero no se enteran ni de la mitad, más o menos como los que aplauden.

Por eso, es raro que en el COAC no empiecen a plantearse, con toda seriedad y rigor, la subtitulación de los repertorios. Es decir que el “español de Cádiz” (ese habla de Cai, de la que escribió Pedro Payán) sea convenientemente traducido y subtitulado mientras cantan. Por ejemplo, que conozcan lo que es el patio de las malvas, pasar el quinario, o estar al liquindoi. Y, además, crearían empleo, al menos un puesto de trabajo, porque alguien lo debería traducir.

No tengo claro que el español de México sea menos comprensible para los castellanos de la Reconquista que el habla de Cai.

José Joaquín León