EN Cádiz se le guardaba un respeto reverencial a José Pedro Pérez-Llorca. Sin embargo, esta ciudad no le ha dedicado un monumento, ni una calle o plaza buena. Aunque algunos recordarán que estaba reconocido con el título de Hijo Predilecto de la ciudad en 2002 y de la provincia en 2013 (en ambos casos cuando gobernaba el PP, por cierto) y fue nombrado doctor honoris causa por la UCA. Pérez-Llorca era un gaditano imposible, un gaditano del Cádiz que se perdió como el barco del arroz, un gaditano como los del siglo XIX, por ejemplo. Era un gaditano de la Alameda, de esa burguesía que miraba al mar desde sus casas, por ver si llegaban goletas y bergantines, o sólo por ver El Puerto de Santa María desde Cádiz y no al revés.

Ser padre de la Constitución se terminó convirtiendo en un sambenito que le colgaron. Fue mucho más. Llegó a la política desde el centrismo que intentó unir a la democracia cristiana con el liberalismo. Entonces llegó el gran momento de Adolfo Suárez, que venía del Movimiento, y desde la adusta Ávila; pero Suárez, como Santa Teresa, defendía un proyecto reformador, entre místico y milagroso, por designación del Rey Juan Carlos: coordinar una monarquía constitucional donde entraran todos, desde los franquistas a los comunistas ambos inclusive. Para conseguirlo necesitaba a personas como José Pedro Pérez-Llorca, que representaba a la perfección el consenso para la cuadratura del círculo.

Pérez-Llorca fue ministro de Presidencia y Administración Territorial, como hombre de confianza de Suárez. Después fue ministro de Exteriores, hasta que dejó a España en la rampa de entrada hacia la OTAN y la Unión Europea. Era el ingreso de España en el mundo de la libertad. A eso también contribuyó. Cuando se retiró de la política, organizó un bufete de abogados que ha sido una referencia en Madrid.

¿Y dónde estaba el gaditano Pérez-Llorca? En Madrid, pero también en la Alameda. En una casa que muchos habíamos conocido cuando íbamos al oculista. Los Pérez-Llorca formaron una familia gaditana de grandes profesionales. Pertenecían a ese Cádiz ilustrado del que tanto se habla y tan poco se hace por recuperar.

José Pedro, aunque viviera en Madrid, siempre fue un gaditano de la Alameda, que volvía sin hacer ruido. Un día abría el balcón y se le aparecía el mar. Si hubiera nacido en el siglo XIX, hubiera tenido un monumento, como Emilio Castelar y Segismundo Moret. Pero su cigüeña se despistó y José Pedro Pérez-Llorca nació un siglo después.

José Joaquín León