DESDE las elecciones municipales de 2015, se advierte un intento de politizar el Carnaval de Cádiz, como quien no quiere la cosa. Algunos lectores me dirán que el Carnaval es crítico, y por consiguiente político, ya que incluye una intencionalidad y una ideología. Sin embargo, que sea crítico (y que lo deba ser) es diferente a que se convierta en un instrumento manejado por algunos partidos. Una de las leyendas urbanas gaditanas es que el mundo del Carnaval (sus principales autores y componentes) resultó determinante para la llegada de Kichi y Podemos a la Alcaldía, y para echar a Teófila. Algunos lo celebraron en San Juan de Dios. Pero el peligro al que me refiero es diferente. Se trata del intento de apropiarse del Carnaval, en lo ideológico y en su control.

El más claro ejemplo lo tenemos en la organización del concurso del Teatro Falla. En los tiempos de Franco lo organizaban desde el Ayuntamiento, como todo en las Fiestas Típicas Gaditanas. Después se llegó a la conclusión de que era mejor gestionarlo a través del Patronato, en el que participarían representantes municipales y de los sectores carnavalescos. Estos sectores, al principio, se integraron en la Asociación de Autores, que después se ha ramificado en otros colectivos de disidentes, que a su vez van creando nuevos disidentes.

De este modo, el actual mundo carnavalesco se ha convertido en una anarquía. Hay autores de los más consagrados que reclaman el regreso al modelo del control municipal absoluto. El PSOE, según ha anunciado Fran González, estaría dispuesto a organizarlo si gobierna y a convertir el Patronato en un órgano  consultivo. Se volvería a la idea primera, por lo que el concurso quedaría en manos del poder municipal, aunque el alcalde ya no sea José León de Carranza.

Esa es la gran duda que se plantea. Ha llegado un momento en que hay que elegir entre lo malo y lo peor. Entre una anarquía de acuerdos difíciles o un concurso controlado desde el poder. Por medio está el fracaso de las asociaciones del Carnaval para autogestionarse con sensatez y eficacia. Pero también el riesgo de que el poder municipal caiga en una mala tentación, como sería politizar el Carnaval, en su beneficio partidista, para aprovecharse con fines electorales.

Son cuestiones sensibles y muy polémicas, que necesitan un debate a posteriori de las elecciones. Hacerlo antes también implica otro riesgo, que es el efecto tapadera: ocultarían la realidad gaditana. Pues Cádiz tiene ahora problemas más importantes y urgentes que el próximo Carnaval.

José Joaquín León