HA sido una dura prueba para el Estado de Derecho. Para empezar, el ambiente. Anunciaron el asunto para los interesados: a las 12 se hace pública la sentencia. Había mucha gente desde la noche anterior, colocaron vallas, una discreta vigilancia. En vez del caso Nóos, parecía una acampada para las entradas del Carnaval. Se podía conseguir la sentencia por Internet, pero aún así. Faltó alguna tragantá que otra, allí no había reventas. Tampoco convocaron a Cristina (Pedroche) para que animara el cotarro. Este país es así: un Estado de Derecho, que escribe con renglones torcidos; a veces tan retorcidos que se caen de espaldas.

El resultado de la sentencia fue como el fallo del Jurado del Carnaval. Las juezas del caso (las tres son mujeres, por lo que no se puede decir los jueces y las juezas, sino las juezas y ya está) no leyeron la sentencia como si fueran Juanjo Téllez y los suyos. Así como las agrupaciones esperan en sus peñas  con algún que otro gin tonic, se dijo que Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín esperaban en Ginebra (Suiza). Mientras que el Rey actual, Felipe VI, estaba inaugurando algo cultural en el Museo Thyssen, pues no tiene nada que ver en este asunto, y ya se enteraría de todos modos.

Cuando se hizo pública la sentencia, en la cola de Palma, no hubo incidentes dignos de mención. No aparecieron allí los padres de los niños del Carnaval, que son los más animosos. Así que no sé para qué había tanta gente allí, la verdad. Dicen que tiene más de 1.000 páginas, como la última novela de Carlos Ruiz Zafón, y eso no se lee en una mañana del tirón. Pero a los cinco minutos ya estaba opinando todo el mundo.

Seis años y tres meses para él, manos limpias para ella; porque se las lavó Pilatos. Ya lo escribió el poeta sevillano Joaquín Caro Romero: “Detrás de la Sentencia, viene siempre la Esperanza”. Pero eso lo decía él porque es macareno. En gaditano se dice: “Detrás de la Sentencia, viene siempre el Buen Fin”. Y el buen fin a veces justifica los medios, o eso insinúan otros. El fiscal tenía bastante claro que Cristina no se había pringado las manos. Por otra parte, las manos de Manos Limpias, que ejercía la acusación particular, también era para verlas, pues ya se sabe a lo que jugaban.

Lo dijo Concepción Arenal, una señora muy citada por las feministas antiguas, debido a su gran labor social en el siglo XIX: “Odia el delito, compadece al delincuente”. El delincuente ha pasado de ganar casi todos los títulos en el balonmano internacional a ser condenado a seis años por pasarse de listo. La sentencia se puede recurrir, pues vivimos en un Estado de Derecho.

José Joaquín León