LA crisis del Open Arms se ha convertido en un caso sintomático de la demagogia que se aplica al problema de la inmigración. Nuestra provincia está acostumbrada a la llegada masiva de pateras, pero se ha encontrado inmiscuida en un problema que es de la otra vía, la italiana. No sólo por culpa de Matteo Salvini, que ha cerrado los puertos italianos al Open Arms, al tiempo que calificaba a la oenegé que lo gestiona como cooperadora necesaria de las mafias que operan en Libia. El problema ha estado, una vez más, en la descolocación de Pedro Sánchez, que empuja a España a una política migratoria confusa, en la que un día facilita el efecto llamada, otro cierra las puertas y al siguiente ofrece posada en el puerto más inconveniente.

 

Hasta en el Open Arms se sorprendieron cuando Pedro Sánchez ofreció el puerto de Algeciras, que era el más alejado y les obligaba a cinco días más de viaje, para completar las casi mil millas a las que se encontraban. Y es tan raro que no se pueden descartar otras influencias, calculadas o sin calcular. Como que Kichi había ofrecido el puerto de Cádiz, que todavía está más lejos, sin tener competencias para eso. Con la misma validez que si usted le ofrece su casa a un pingüino del Polo Norte. Y sin olvidarnos de que Algeciras está en Andalucía y que ni siquiera se lo dijo al presidente de la Junta, Juanma Moreno, del PP, que tiene asumidas competencias en la acogida de la inmigración. El alcalde de Algeciras, José Ignacio Landaluce, por cierto, también es del PP. Mientras que Palma de Mallorca, el puerto más cercano, depende del gobierno de Baleares, cuya presidenta, Francine Armengol, es socialista.

Puede que esas coincidencias se deban al azar. Sin embargo, sorprende mucho que en vez de aplicar políticas útiles en la gestión de la inmigración de África a Europa, los partidos y sus dirigentes se sigan enzarzando en gestos inútiles cuya finalidad última sólo busca la ganancia de votos. Es evidente que la desgracia de esos inmigrantes les importa poco. Ese es el verdadero drama de esas personas: todos se aprovechan.

Se aprovechan las mafias, que en algunos casos les ofrecen el rescate incluido en el precio. Se aprovechan los políticos, que por otra parte intentan dar un escarmiento a la oenegé bondadosa que también se nutre de lo mismo. Y, sobre todo, cada partido busca sus intereses políticos, que oscilan entre el componente sádico y el masoquista.

Como telón de fondo, hay unas personas que sufren en su propia miseria las consecuencias de tantos engaños.

José Joaquín León