CÁDIZ es una ciudad bipolar, que todavía no ha encontrado su identidad propia en la zona de Extramuros. Decíamos ayer que en el conjunto histórico del casco antiguo hay que salvar el sky line, hay que preservar lo que se ve desde la Torre Tavira, donde está la Cámara Oscura de Belén González Dorao. Y, por supuesto, hay que salvar las torres miradores. En cualquier ciudad (no tan abandonada a su suerte y su desgracia) existiría un Plan para las Torres Miradores. Igual que se deben salvar los castillos, los baluartes y las murallas, donde no saben qué hacer, mientras destinan una parte de las bóvedas de San Roque para locales de distracción juvenil, en las medidas antibotellón. Pero, junto a eso, está Extramuros, donde tampoco saben qué hacer.

En realidad, nunca se supo. En los tiempos de los alcaldes José León de Carranza y Jerónimo Almagro (es decir, en el régimen anterior franquista) la ciudad creció sin orden y con especulación, a lo largo de los Extramuros. Casi desaparecieron los barrios históricos beduinos, que eran San José, Puntales y San Severiano (devastado en la explosión de 1947). Se destrozó La Laguna, que era una laguna, como su propio nombre indica. Desaparecieron docenas de chalés. Rellenaron terrenos ganados al mar, para construir la barriada de la Paz. Incluso intentaron el Cádiz-Tres, que buscaba un pintoresquismo futurista con una ecología imposible. Y construyeron algunos edificios altos (sobre todo en la Avenida y el Paseo Marítimo), tras cepillarse los chalés.

Incluso después del 11-S, algunos creen que los rascacielos son un invento del franquismo. Para ver lo contrario pueden ir a Nueva York, a Chicago, a Shanghái, a Tokio, a Kuala Lumpur… O a Hong Kong. Aquí piensan que Hong Kong es un sitio donde los manifestantes y los policías se dedican a pegarse todos los días. No es exactamente así. Sólo se pelean los fines de semana. Pero Hong Kong tiene una Bolsa que está entre las cuatro primeras del mundo y el octavo aeropuerto del mundo en número de pasajeros. Y, además, viven casi ocho millones de habitantes, distribuidos la mayoría entre una isla y una península. Es un paraíso de los rascacielos. No sólo edificios financieros y de negocios, sino también residenciales.

Cádiz no es como Hong Kong. Pero podemos aprender algo básico: para ganar habitantes y crecer, cuando falta terreno, la otra opción es apostar por la altura de los rascacielos. En Cádiz les dio miedo, y se quedó fuera del crecimiento. Muchos jóvenes huyeron y no han vuelto.

José Joaquín León