ES muy llamativo lo que ha sucedido en Cádiz, el robo de seis toneladas de ropa usada en los contenedores de Madre Coraje. Esto es como robar a los pobres. Esa ropa estaba destinada a personas en situaciones extremas. Se ha valorado en 3.000 euros, lo que equivale a 500 euros la tonelada de ropa. Y eso también significa que la ropa que damos para los pobres, salvo excepciones, no son últimos modelos de Chanel y de Yves Saint Laurent, ni siquiera de colecciones vintage, sino que en bastantes casos sólo sirve para ser utilizada como trapos. Así lo ha explicado Jaime Rocha, que es el delegado de Madre Coraje en Cádiz y San Fernando.

Esta asociación realiza una destacada y meritoria labor, sobre todo enviando a Perú la ropa que está en mejores condiciones, como se ha recordado en el Diario. Tiene mérito porque hasta hace poco la ropa usada no se recibía en los organismos dedicados a la acción social. Preferían dinero y comida, incluso juguetes en Navidad, para las personas desfavorecidas; pero la ropa usada no se recogía, precisamente porque no la quería casi nadie, por motivos obvios.

Lo que ha sucedido en Cádiz no es casual. Tampoco afecta exclusivamente al sector de ropa usada que gestiona Madre Coraje. Hay especialistas para hurgar en los contenedores de las calles. Sean de papel, de vidrio, de plástico, o de basuras sin reciclar. Todo lo que se tira a un contenedor tiene un precio. Muy barato, sí, porque son desperdicios, pero un precio. Y, en grandes cantidades, ya empieza a tener salida comercial.

El reciclado se presenta como un favor que nos hacen por quitar desperdicios, pero es una industria, incluso con exportaciones e importaciones. Por supuesto que hay grupos organizados. Y por supuesto que los que rebuscan en contenedores no son los jefes, sino los más menesterosos. Casi todos y casi todas proceden de ciertos países. Algunas veces se le entregan los plásticos o los papeles en mano, directamente, porque nos dan pena. Es un circuito organizado, que cuenta con una estructura previsible, que incluso se tolera cuando funciona a pequeña escala con sus carritos de híper.

En este caso, lo más chocante es que una red esté utilizando a personas pobres para robar ropa destinada a otras personas (aún más pobres) del Tercer Mundo. Es como el cuento de los altramuces y las cáscaras, que se refiere en El Conde Lucanor: siempre puede haber alguien en una situación todavía peor. También es un síntoma de que vivimos en una sociedad que funciona por intereses políticos y se basa en la hipocresía.

José Joaquín León