LA plaza de las Flores es una de las mejores de Cádiz. No sé si la más bonita, pero sí la más apacible. San Juan de Dios, la Catedral y San Antonio son plazas grandes, a veces inhóspitas por los vientos. El Palillero necesita una reurbanización, que la haga más acogedora y que no la relegue a ser una calle comercial más, un lugar de paso. Las plazas de Mina y de Candelaria están esperando a niños del pasado, con sus canicas y trompos, y a un cochecito lerén que las recorra con nostalgia, sintiendo que el tiempo se nos escapa en cada una de las vueltas. La plaza de San Francisco se la han comido los bares. La de San Agustín sólo es una plaza en Carnaval y en Semana Santa. Pero la plaza de las Flores es de verdad, y no se la deben cargar.

Allí todo es pequeñito y entrañable. Empezamos por la estatua de Columela, que parece de juguete. Le han vuelto a colocar la hoz, que le mangaron, pero no le han añadido un martillo. Columela, en realidad, se llamaba Lucius Junius Moderatus, pero todo el mundo le dice Columela, igual que a Kichi le dicen Kichi. Sentirá envidia de Segismundo Moret y de Emilio Castelar, que cuentan con monumentos de lujo, con los que se demuestra que en Cádiz un político suele recibir mejor trato que un sabio.

En esa plaza predominan otros aspectos. Vive a la sombra del gran edificio de Correos, uno de los mejores construidos en Cádiz en el siglo XX. Correos ya no es lo que era. Los leones de los buzones han perdido jerarquía y tragan menos. Ahora la gente cree que Correos sólo sirve para votar.

En la plaza de las Flores hay bares de diversas actividades. Entre ellos, la cafetería del Andalucía, que cuando la renuevan parece que cumple algunos años más. Resulta paradójica: parece para guiris, de tan gaditana como es. En La Marina se especializaron en el churro. En la freiduría de Las Flores se mantiene el carisma del freidor de gallegos, donde el pescaíto sabe a gadita.

Y, por supuesto, están las flores que dan nombre. Y las floristas, que deberían ser nombradas bien de interés cultural. Las flores de esa plaza son para el amor y el recuerdo. Y los puestos, con sus carteles descoloridos (donde se aparecen los Cristos y las Vírgenes de Cádiz), que son como estampas desgastadas por los besos del tiempo. Además de las flores, está el baratillo de los domingos, y el outlet de las falsificaciones, y los turistas cruceristas que se pierden por allí.

La plaza de las Flores no tiene nada que ver con el lumpen, sino con las esencias vivas de Cádiz. A ver si Columela se queda con sus cinco deditos en cada mano.

José Joaquín León