ASÍ como existe el síndrome de Estocolmo (del cual se dice cuando las víctimas se sienten identificadas con los delincuentes o terroristas que las secuestran, hasta el extremo de disculparlos) también tenemos en nuestra provincia el síndrome de Gibraltar. Dícese del síndrome causado cuando se identifican con los yanitos, haciendo lo que les conviene a ellos y olvidando el origen del litigio. Poner en su sitio a Gibraltar trae malas consecuencias. A García Margallo le costó el cargo de ministro. Aparte de ser dicharachero, y postularse como alternativa a Rajoy (una osadía), este hombre intentó aprovechar el Brexit para buscar la cosoberanía de España en el Peñón. Con el resultado de quedar como difunto político.

El síndrome de Estocolmo procede de un secuestro con rehenes, ocurrido en 1973, cuando un presidiario llamado Jan Erik Olsson asaltó un banco. El secuestro duró seis días, los rehenes estaban amenazados de muerte. Pero, al salir, sin que hubiera víctimas, declararon que habían temido más a la Policía que al secuestrador y su cómplice. Se conocen otros casos en los que las víctimas han disculpado a quienes las agredían. Los expertos lo atribuyen a un trastorno psicológico, causado por la tensión extrema, en la que un mecanismo de autodefensa (próximo a la cobardía) los lleva a entender la agresión, sin culpabilizar al autor.

En el síndrome de Gibraltar ocurre algo parecido. Por supuesto, no defiendo que cierren la Verja, a estas alturas. No conviene, ni para ellos, ni para el Campo de Gibraltar. Pero el síndrome disculpa unas actitudes que no se pueden permitir. Se presenta a Gibraltar como si fuera un paraíso laboral, cuando sólo lo es a efectos fiscales. Es raro que los partidos transparentes, que tanto critican la evasión fiscal y la corrupción de los ricos, sean tan comprensivos con una colonia opaca en pleno sur de Europa.

Hay una ceguera pasmosa. Para el tabaco de contrabando, para la droga que circula, para las casas de apuestas dudosas, para el petróleo que a veces se derrama en el mar, hasta para los submarinos nucleares británicos que han llegado averiados. Todo eso se mide con un rasero sorprendente. No es el mismo que se aplicaría a cualquier lugar de España. Se disculpa todo, sin que sepamos las causas. Puede que sea porque Franco insistía con recuperar Gibraltar, en otros tiempos. Y quedó la idea de que era un paraíso antifranquista, un paraíso de tés y chocolates de todo tipo. Los tiempos han cambiado. Con el Brexit, ha llegado la hora de vacunarse contra el síndrome de Gibraltar.

José Joaquín León