LAS playas avanzan en la nueva anormalidad de los brotes controlados. La gente respeta, más o menos, las medidas requeridas. Y para otear el panorama están el vigilante y la vigilanta de la playa. Es la profesión más envidiada de Cádiz. Al principio se los tomaron a cachondeo, y todos esperábamos a ver si contrataban a la prima de Pamela Anderson o al cuñado de David Hasselhoff. Pero cuando se ha visto que son como la gente sencilla, ha pasado lo de siempre: envidia, cochina envidia. He leído varios reportajes sobre los vigilantes de las playas andaluzas, y es triste que sean tratados con poco cariño. No son agentes de la autoridad, no son queus como los que ponían multas por jugar a deportes de pelota, y lo peor de todo es que tampoco son voluntarios, sino que cobran a fin de mes, como los funcionarios.

Según cuentan, cuando la gente habla con ellos y ellas en las playas, las preguntas más frecuentes son: “¿Es verdad que cobras 1.900 euros mensuales?, ¿es verdad que os han enchufado?”. A ver, algunos están tan picardeados por el populismo irreductible que no les entra en la cabeza que la vigilancia de la playa esté mejor pagada que el ingreso mínimo vital. Ni tampoco que un Gobierno del PP de Juanma y de Ciudadanos de Juan los haya colocado sin estar enchufados. Era tradición vital que la Junta (en los tiempos de los ERES tuuú el trigo de mi pan), no contrataba a nadie que no fuera del PSOE. Sería una leyenda negra, pero se decía eso. La gente no puede entender que un currito de Puerto Serrano o una currita de Rota sean contratados sin carné.

Aunque el procedimiento es discutible, ya que le han dado el cuele a las primeras solicitudes recibidas. Sin un casting, como parecería conveniente. De haberlo sabido, muchos hubieran acampado en San Telmo desde varias noches antes, como pasaba antaño con las entradas del Carnaval. Por 1.900 euros al mes algunos harían encajes de bolillos. Pero es cierto que ese sueldo de vigilar en la playa hay que sudarlo.

La gente ve las películas y cree que todo es muy bonito en la vida. Ven las series de médicos en los hospitales, y creen que allí se ligaba mucho, hasta que entró el Covid 19 a lo bestia. Lo mismo con los vigilantes de la playa, que eran para calentar el ambiente. Sin embargo, la Victoria, Santa María del Mar y la Caleta cotidiana son más vulgares, al margen de los tangos y los pasodobles. A estos vigilantes y vigilantas hay que tratarlos con respeto. Están ejerciendo un trabajo realmente milagroso. Son de los pocos que se han beneficiado del coronavirus.

José Joaquín León