MANUEL de Falla y Matheu nació en Cádiz el 23 de noviembre de 1876 y falleció en su exilio de Alta Gracia (Argentina) el 14 de noviembre de 1946. Sus restos mortales fueron trasladados a su ciudad natal y reposan en la Catedral de Cádiz, junto a los de José María Pemán, precisamente. En este año de gracia se han cumplido 75 desde que falleció en Alta Gracia, y también se cumplen 145 años desde que nació en una casa de la plaza de Mina. Resulta redundante señalar que noviembre es el mes que fija su orto y su ocaso (esto me ha salido muy decimonónico), y que es cuando más se le recuerda. Sin embargo, los 75 años de su muerte no se han conmemorado a la altura merecida. En esta ciudad se le dedica un festival de música, organizado por la Junta, y asimismo se creó otro municipal. En estos días se puede ver una interesante exposición en la Casa Pinillos, comisariada por José Ramón Ripoll. Hay un teatro, una cátedra y no sé qué más dedicados a Falla, y el Ateneo todos los años le organiza una ofrenda en su casa natal.

No obstante, predomina la creencia de que Granada, ciudad donde pasó años felices, lo trata mejor que Cádiz. En Manuel de Falla se cumplen los requisitos más característicos del gaditano ilustre. El principal es que huyó de Cádiz a tiempo, para formarse musicalmente en Madrid y París. No obstante, otra característica del gaditano ilustre es que ama a Cádiz en la distancia, con nostalgia idealizada. El cadáver de Falla retornó en barco y fue enterrado en la Catedral, tras autorizarlo el papa Pío XII. Fue posible gracias a José María Pemán, que acudió a recibir sus restos mortales al muelle. Falla se había ido al exilio voluntario en 1939, cuando acabó la Guerra Civil. Franco le ofreció cargos que no aceptó.

Manuel de Falla mantuvo amistad, entre otros, con Federico García Lorca en Granada, con Rafael Alberti en Argentina y con José María Pemán en Cádiz y Madrid. A Manuel de Falla le pasó lo mismo que a Manuel Chaves Nogales y a otros intelectuales y artistas: les repugnaban las atrocidades de las dos Españas en la Guerra Civil. Su ideal de España era ajeno a la barbarie y el odio. Manuel de Falla era un católico fervoroso, que no podía tolerar que quemaran iglesias, ni que asesinaran a nadie por sus ideas. Su España era imposible. Por eso se fue.

Los personajes de la tercera España, de espíritu libre, no terminan de gustar a los rojos ni a los azules. Se le reconocen cosas, se le perdonan otras, pero a regañadientes. Cádiz no entiende a Falla. Pues Cádiz a veces castiga, o simplemente olvida, y no se comporta como la cuna de la libertad.

José Joaquín León