EN un extremo de Europa, lejos de trompetas y tambores, a solas con el silencio elocuente de la muerte, hoy Bucha es el símbolo de otro Viernes de Dolores. Vladimir Putin se ha puesto a la altura de los principales criminales de guerra contemporáneos. Los soldados de Rusia han vuelto a cubrir de sangre la historia de su país. Han vuelto el horror, la barbarie, el martirio de los inocentes a manos de los poderosos. Han vuelto a escribir la leyenda del hombre lobo para el hombre, que enunció Hobbes en el siglo XVII. Después llegarían muchas guerras, dos de ellas mundiales. Ha pasado menos de un siglo desde Auschwitz y Treblinka y otros campos de exterminio, desde las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, desde Pearl Harbor, desde las torturas de Stalin. O, sin ir tan lejos, desde los fusilamientos franquistas en la plaza de toros de Badajoz o la matanza comunista en Paracuellos. Ahora Bucha se suma a una lista negra, que durante los últimos años siguió creciendo, con guerras a veces olvidadas y con tiranías a veces justificadas por falsos demócratas.

Manos atadas a la espalda, disparos en la nuca, cadáveres calcinados, abandonados en los caminos. El testimonio de los que vieron a soldados detener un coche y tirotear a los padres y sus hijos. Ancianos decapitados, mujeres violadas, jóvenes torturados, niños que vieron asesinar a sus familias, destrucción de hogares a conciencia, robos y saqueos… Toda la delincuencia de los criminales de guerra ha quedado expuesta en las calles hoy destruidas de Bucha y de otras ciudades de Ucrania, donde Putin ha dado rienda suelta a la bestia sedienta de sangre que lleva dentro.

Y en Ucrania se ha vuelto a repetir otro Viernes de Dolores, un país que sufre cuando llega la Semana Santa. Una vez más, el hombre ha sido el mayor enemigo del hombre. Ha añadido un capítulo más al incesante catálogo de los horrores, que comenzó cuando el primer Caín asesinó al primer Abel, cuando el Mal derrotó por vez primera al Bien, cuando se inició el terror, que pasados los siglos llevó a un Hombre a identificarse como el Hijo de Dios y a decir que el único camino de verdad y vida era tomar la cruz en la que le iban a martirizar y seguirlo, para cambiar la muerte por el amor, para llevar la justicia y la paz a nuestras vidas.

Muchos se burlaron de Él y pidieron que lo mataran. Otros tomaron (y hoy siguen tomando) su nombre en vano. Sólo algunos entendieron su mensaje: el amor es el único antídoto contra la muerte. No hace falta el olvido, pero sí un corazón que busque la paz y conceda el perdón.

José Joaquín León