LOS franciscanos han anunciado que se irán del convento gaditano de San Francisco a partir del 1 de septiembre. Al parecer, atenderán la iglesia con frailes de su convento de Chipiona. Es una noticia triste. No sólo para los creyentes católicos, sino también para los ateos. Porque es un síntoma más de la decadencia de la ciudad. Se van los franciscanos, se fueron los jesuitas, se fueron los mercedarios, y los carmelitas se quedaron en San Fernando, como Zara y Massimo Dutti. Ya sé que parece una herejía, pero es la realidad. Se van los frailes porque escasean las vocaciones, y hoy en día muy pocos jóvenes quieren renunciar a las libertades mundanas para ser frailes. Pero también se van porque su permanencia en Cádiz es ruinosa. Todavía no se han ido de ciudades donde hay más actividad económica y más participación religiosa.

Ambas cuestiones están vinculadas. Las órdenes mendicantes vivían de las limosnas de los fieles católicos. Las órdenes mendicantes hacen voto de pobreza, además de los votos de castidad y obediencia. Eso, en el siglo XXI, es complicadísimo. Pocas personas están dispuestas a ser pobres, castas y obedientes a la jerarquía. Y si los fieles están tiesos, o son rascas, y echan una monedita de 10 o de 20 céntimos en la colecta dominical, salvo generosas excepciones, las órdenes mendicantes lo pasan mal, pues no viven del aire.

Por eso, van cerrando casas conventuales. Después de casi cinco siglos en Cádiz. Porque la historia de los franciscanos es una parte de la historia y la religiosidad gaditana. Las dos cofradías más antiguas, la Vera Cruz y el Nazareno de Santa María, coincidieron en San Francisco. El convento, hasta el siglo XIX, era más amplio, ya que el huerto incluía hasta la plaza de Mina. Con el devenir de los tiempos, San Francisco formó con el Carmen y Santo Domingo (franciscanos, carmelitas y dominicos) la trilogía de iglesias principales para las bodas. Además de ser el templo al que asistían más fieles a las misas, favorecido por su céntrica ubicación y el arraigo de los frailes.

Todavía quedan agustinos en San Agustín, que en 2017 festejaron su cuarto centenario en Cádiz. También carmelitas para asistir la iglesia del Carmen desde el convento de San Fernando. Y el dominico fray Pascual Saturio en Santo Domingo, atrincherado como predicador y defensor de la Virgen del Rosario, patrona de Cádiz. Y el clero regular, por supuesto, que mantiene los templos abiertos.

En otras ciudades andaluzas, la crisis de las vocaciones se nota, pero aún no se han ido. ¿Por qué será?

José Joaquín León