DESPUÉS de dos años sin salir, por causa de la pandemia, la Virgen del Carmen volverá mañana a las calles gaditanas. La pandemia ha contribuido a que valoremos más lo que tenemos y lo que podemos perder, en un momento dado, y por causas que se nos escapan. Una vez recuperadas las procesiones, hemos comprobado que en Cádiz se fomenta lo extraordinario. Sin embargo, lo extraordinario es lo excepcional (o sea, lo raro) frente a lo de siempre, que es donde se cimientan las costumbres. Este es un artículo de vísperas de la Virgen del Carmen. Porque cada 16 de julio se vive sobre la herencia de otros que pasaron.

Quienes hayan vivido el 16 de julio muchos años en el templo de la Alameda lo recordarán a su manera. Mirando hacia atrás, recuerdo otras novenas y procesiones de la Virgen del Carmen desde muchas perspectivas. Empezando por las familiares, porque mi padre y mi madre formaban parte de la familia carmelitana. Y, aunque falleció antes de que yo naciera, me contaron que mi abuelo José acogió a frailes carmelitas en su imprenta de la calle Buenos Aires, cuando los buscaban en los días previos a la guerra civil, cuando asaltaron el templo, cuando las ideas y creencias se podían pagar con la vida.

Siendo un niño, conocí a antiguos frailes del convento gaditano, como los padres Mariano, Simón o Pablo. Y ya después, a frailes inolvidables como José Luis Zurita e Ismael Bengoechea, que pusieron las piedras del Carmen contemporáneo. Más tarde, en los tiempos de la coronación canónica de 2007, y cuando fui hermano mayor, a frailes como Eugenio Mas, Francisco Víctor López, Carlos Quijano y el inolvidable Antonio Catena, entre otros.

En ese memorial, se puede incluir a familias y personas que han estado allí toda su vida, como Pepe Trigo, Pili Mijares, Manolo Cotorruelo, Juan Zamanillo, Javi Piñero, mi hermana Mari Loli, Carmen Miranda, Emilio y Josefa Paz... Y nombres que basta con decir para identificarlos: Toñi, Alfonso, Concha, Pepi, Joaquín, Agustín, Manoli, Cayetano... Y tantos más. Con un bar en la esquina, La Primera de Comillas, de Tino y Julio, que lo heredaron de su familia montañesa, y que ha sido una casa hermandad bis durante muchos años. A los de antes (a los de siempre), y a otros no citados, con los que se podría formar una guía de páginas carmelitanas, se unieron el coro de la familia Rivero y Arancha, y después otros jóvenes.

La memoria renace para proclamar que ningún esfuerzo se pierde cuando se hace con amor. El tiempo se nos va, pero el recuerdo permanece.

José Joaquín León