UNO de los grandes monumentos de Cádiz es el oratorio de la Santa Cueva. Sin embargo, se debe añadir que la parroquia del Rosario, con la que forma un complejo religioso y artístico, es otra joya. Sus responsables actuales, los padres Óscar González y Rubén Virués, la mantienen estupendamente. Todo está muy cuidado e identificado. Recomiendo vivamente la visita. También a los gaditanos, que suelen ser los que peor conocen el Cádiz artístico. Se considera la Santa Cueva como una herencia que nos dejó el marqués de Valde-Íñigo, que hizo muchísimo más por Cádiz que algunos alcaldes, y no sólo el que ustedes piensan.

Entre los tesoros de la parroquia del Rosario está la pila bautismal. Ya escribí un artículo sobre la pila del Rosario. En ella se bautizaron gaditanos muy ilustres. El póker   de ases bautizados en esa pila está formado por Emilio Castelar, Segismundo Moret, Manuel de Falla y José María Pemán. Los cuatro han recibido honores, con estatuas en Cádiz, unos con más odio que otros. Sin entrar en comparaciones odiosas, le tengo mucho cariño a esa pila, porque yo también me bauticé allí.                        

Fui a pedir una partida de bautismo, y me atendió muy amablemente la encargada del archivo, Mercedes Cañizares, conocida como Merche, que lleva 40 años cumpliendo esa labor. Me habló bien de los párrocos que ha conocido en esos años. Y me comentó que siente un especial afecto por el marqués de Valde-Íñigo, al que no conoció personalmente, claro, pero como si lo hubiera conocido. Estaría muy contenta si lo beatificaran. El marqués no nació en Cádiz, aunque es considerado gaditano. Eso le perjudica. Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que un gaditano suba a los altares.

Pues bien, hablándome Mercedes del marqués de Valde-Íñigo, llegué a la conclusión de que alguien como él es lo que necesita Cádiz hoy en día. Se llamaba José Sáenz de Santa María y era cura. Consiguió el marquesado de rebote, tras fallecer el primero, que era su sobrino, y negársele el título a la viuda. El marqués invirtió una parte cuantiosa de sus bienes en remodelar el templo del Rosario, encargar las obras del oratorio de la Santa Cueva a los Torcuatos, Cayón y Benjumeda, contratar cuadros a Goya, la partitura de las Siete Palabras a Haydn, y muchas obras de arte. En Cádiz le dedicaron una calle, pero está casi olvidado. Tenía fama de santo y era amigo del beato Diego, lo que tampoco le beneficia. En fin, era un marqués como Dios manda, de los que ya no queda ninguno en Cádiz. Y bien que se nota.

José Joaquín León