HE escrito en artículos recientes que en Cádiz se repite lo mismo de generación en generación, pero se presenta como si fuera nuevo. Además, hay críticas que se repiten todos los años. Por ejemplo, al exorno navideño. Desde los tiempos de Carlos Díaz en la Alcaldía, se decía que Cádiz estaba muy triste en Navidad. Cuando reinó Teófila Martínez durante sus 20 años de alcaldesa, recibió elogios por motivos que no incluyeron el alumbrado de Navidad, que seguía siendo triste. Y cuando llegó Kichi a la Alcaldía ya fue el remate del tomate, pues era evidente que el exorno de Navidad no se encontraba entre sus prioridades. El de este año es menos malo que los anteriores. Pero no basta con el montaje de la plaza de San Antonio. Cádiz sigue estando muy triste.

La culpa no es sólo de Kichi. Pobrecito, que ya le queda poco como alcalde, y ojalá que mucho como profesor. La culpa también es de Cádiz. Hay ciudades que están más preparadas para unas fiestas que para otras. Cádiz está preparadísima para el Carnaval, bastante preparada para la Semana Santa, y también para el Corpus, que es más íntimo, pero bonito. Por el contrario, Cádiz no está preparada para la Navidad, porque es una de ciudad ideal para el verano y triste para el invierno.

No obstante, quizá por un reflejo poético, a mí me gustan las noches de invierno en Cádiz, que son lóbregas y solitarias, de calles vacías y rincones fantasmagóricos. De madrugada, a veces parece que te vas a encontrar a dos o tres ánimas benditas del purgatorio, andando por esas esquinas que custodian los cañones, que desembocan en los viejos baluartes. Calles como Isabel La Católica, donde el Caminito parece una ermita. Calles en las que se percibe la negrura del mar en la lejanía de sus noches, con el eco de viejas sirenas del muelle que se quedaron varadas en otros siglos.

No sigo, pero queda clarísimo que Cádiz es una ciudad muy triste en invierno. Y que salir cantando con coros navideños estropea el paisaje. Y que si los aparcamientos subterráneos no ayudan más a las compras, y si llueve o ventea por los carriles de bicicletas y patinetes, y si todo invita a que te quedes en tu casa leyendo a Pemán, Alberti o Quiñones, sólo unos locos salen de paseo por esta ciudad, tan ajena a las alegrías navideñas de Vigo o Málaga.

Los comercios de Amancio Ortega se largaron de Cádiz porque no entienden a Cádiz, emporio del orbe de la decadencia, que en invierno está triste, porque fue la señorita del mar y la novia del aire (Pemán dixit), pero en diciembre es la viuda del verano.

José Joaquín León