ALGUNAS veces los artículos siguen su propia vida y tienen hijos. Decíamos el viernes pasado que el Campo del Sur es una joya, y de ahí se comunica hoy que la Alameda es otra joya. Sólo en Cádiz hay una alameda como esa Alameda. Decíamos el viernes pasado que un alemán, Hans Josef Artz, se enamoró de Cádiz y ha fotografiado sus paisajes marítimos con un preciosismo admirable. Pues ese mismo alemán me envió un video, que ya se ha subido a Youtube, para ilustrar el sonido mágico de una de las mejores pianistas japonesas, Azumi Nishizawa. Se titula Recuerdos de Cádiz. Es un descubrimiento enorme: Cádiz, la ciudad de la luz, es también la ciudad de la niebla.

Entre un fotógrafo alemán y una pianista japonesa nos trasladan a un Cádiz que parece irreal. Una Alameda captada hasta en los detalles más ínfimos, con la pátina flotante de una niebla que difumina el paisaje, que lo ennoblece y nos sugestiona como si nos trasladara a otro mundo. Y con el fondo de un piano tocado con una sensibilidad que se deleita lentamente, al desgranar Dance of the blessed spirits, una pieza de Gluck. Oír lo que vemos, como dijo Stravinsky. En este caso, viendo un Cádiz que ama Azumi desde que vino para conocer las huellas de su admirado Manuel de Falla.

Cádiz ha sido calificada en múltiples ocasiones como la ciudad de la luz, y su costa es la de la luz. Por las azoteas, entre el blanco de la cal, rebota la luz con una fuerza que a veces deslumbra. En los cielos de la “novia del aire” (de nuevo Pemán) y en sus “mares de menta amarga” (de nuevo Alberti) la luz es perturbadora. Sin embargo, Hans Josef Artz nos descubre que Cádiz es también la ciudad de la niebla. Y es una niebla capaz de tejer un manto tenue que difumina las farolas de la Alameda, y que las ancla en unos cielos que se perdieron entre las brumas; o que cualquiera de sus rincones encubre un espejismo, del que brotan las ramas de sus árboles centenarios, sus flores renacidas, que se mecen y pavonean con el viento. Y la música, siempre la música. Aunque suene Gluck, también nos evoca a Falla, cuyo sueño eterno reposa en su tumba de la Catedral, junto al mar que renace en cada ola.

Hans y Azumi coincidieron en un acto del Ateneo, que todos los años, en noviembre, deja sus flores junto a la lápida de Falla. Esa casa de la plaza de Mina, que debería ser un museo y no lo es. Cádiz olvida a sus hijos más ilustres y hasta se burla de quienes los recuerdan. Pero un alemán y una japonesa nos pregonan en Youtube que el Cádiz eterno aún existe, en un mundo paralelo a la caricatura en que vivimos.

José Joaquín León