ESTE domingo la procesión del Corpus en Cádiz será diferente. Cuando la Virgen del Rosario salga de la Catedral y descienda a la plaza con la solemnidad y el señorío que acostumbra, no estará delante de Ella su capataz de los últimos 30 años. No se verá la figura inconfundible de Juan Pidre, con su martillo y con su sonrisa, centinela de los sueños del Niño y del suspiro de la Madre, que siempre mira al frente, con una mirada que parece perderse a lo lejos, pero que se posa suavemente en las almas de sus devotos y devotas de Cádiz. Se puede decir que Juan ya está eternamente a su lado, pero podríamos añadir que la nostalgia será inmensa. Pues pensamos que ese paso nunca se levantaría si no era al son de su martillo.

Juan Pidre fue un capataz especial. Por encima de todo, un devoto de la Virgen del Rosario. Juan no estaba en las componendas que algunas veces condicionan a los capataces y sus cuadrillas de cargadores. A él sólo le preocupaba que la Patrona anduviera como se consideraba justo y necesario. Sonreía cuando le llegaban esos tópicos habituales en esta ciudad, tan dada al critiqueo: que si el paso de la Patrona ralentiza la procesión del Corpus, que si el 7 de octubre va despacio por las calles de Cádiz... Juan no se molestaba, y sonreía con esa bondad que tenía de indulgencia plenaria. Sabía que la Virgen del Rosario iba como debía ir, como una Reina, ni despacio ni deprisa, sino para que se luzca como los gaditanos quieren ver a su Madre y Patrona.

Es raro que un capataz sea tan fiel y tan leal como ha sido Juan Pidre. Se convirtió en uno de los mejores colaboradores de fray Pascual Saturio para lo que hiciera falta en el santuario de Santo Domingo, que tristemente todavía no es la basílica de la Virgen del Rosario en Cádiz. Colaboraba y se esforzaba para ayudar en todo lo referido a la Patrona. La acompañó con su cuadrilla en las misiones por los templos de Cádiz, con paso o sin paso, como fuera, para ir donde ha ido, que es a toda la ciudad, desde el Carmen a Puntales, desde San Antonio a La Laguna. Si Ella es la Reina de los gaditanos, Juan Pidre fue su escudero, a las órdenes del capitán que viste el hábito dominico.

Este Corpus será diferente. De nostalgia porque ya no está el capataz de la Patrona. De esperanza porque se nota un esfuerzo del obispo Zornoza para que la fiesta recupere su esplendor. Este año ha invitado al Nuncio, que se llama Bernardito y es filipino. En Filipinas aún quedan huellas del antiguo Cádiz del esplendor. Cuando el Corpus Christi era lo que debe ser: la fiesta mayor de la ciudad.

José Joaquín León