LOS Juanillos no están considerados entre las fiestas mayores de Cádiz, por lo que no disfrutarán de una concejalía propia, como el Carnaval y la Semana Santa. Los Juanillos han sido los parientes pobres de las fiestas, con todos los gobiernos municipales, que los miran con malos ojos. Los Juanillos no atraen a turistas, ni llenan hoteles, porque no son como las Fallas de Valencia, ni como las Hogueras de Alicante. Los Juanilllos llenarán los bares y los parkings por la inercia, porque es viernes y hace calor, y ha llegado el verano. Los Juanillos están en la línea roja de la tolerancia, pues se organizan por entidades, pero luego están los que van por libres, y se propasan en las playas, y encienden fuegos donde está prohibido, y otros desmanes contrarios al buen ecologismo.

Los antiguos Juanillos gaditanos eran espontáneos. Según cuentan los más viejos del lugar, se hacían en las casas de vecinos, para quemar monigotes improvisados, sin pretensiones. No hacían el vudú a nadie, ni esos muñecos representaban al alcalde o alcaldesa, como fue costumbre posterior, ni a otros personajes. Después se podía quemar a Carlos Díaz, a Teófila Martinez (ella fue muy quemada), o incluso a Kichi (con el debido respeto). Siempre con cariño, con fuego amigo. En este país ya se sabe que se ha quemado mucho, y no lo voy a recordar, porque la memoria histórica se ha civilizado, y ya hay menos sectarismo a la hora de quemar.

Se suele decir que la Noche de San Juan fue cristianizada en honor del santo del día. Pero San Juan Bautista no murió quemado, como San Lorenzo en la parrilla, sino que fue decapitado y pusieron su cabeza en una bandeja de plata, por culpa de Salomé, que se excedió con el baile y el perreo, mal aconsejada por su madre Herodías. No obstante, el rito original es pagano. Al fuego se atribuyen propiedades purificadoras, y con esa excusa se quemaba a destajo. Y se sigue quemando, aunque menos, gracias a Dios, y a la adaptación de los ritos paganos.

Aún quedan algunas costumbres abominables en esta noche. Algunos la confunden con la felizmente perdida noche de las barbacoas, y además de ensuciar las playas, se bañan en la oscuridad, con los consiguientes peligros. Mucho peor es la costumbre de algunos estudiantes sin escrúpulos, que queman los libros del curso, demostrando su poco amor por las ciencias y las letras. Quemar libros está entre lo peor de nuestras tradiciones. Sobre todo cuando lo hacían por no poder quemar al autor. Con el fuego siempre hay que tener cuidado, incluso en los Juanillos.

José Joaquín León