A los pocos días de tomar posesión el nuevo alcalde de Cádiz, Bruno García, se ha solucionado el conflicto de los policías locales para volver a las playas. Algunos ya están diciendo que los policías son del PP (como medio Cádiz), pues es admirable que este asunto se haya resuelto tan pronto y, además, que sea tan barato. Según se ha publicado en el Diario, va a suponer un coste de 40.000 euros. Eso es una minucia para las arcas municipales, es menos de lo que cobraba un asesor de Kichi al año. Es decir, que lo hubiera resuelto fácilmente prescindiendo de alguno de sus cargos de confianza. O de otra partida de gastos, si no quería enviar al paro a uno de sus amistosos colaboradores.

No lo resolvió por torpeza en la gestión, no porque los policías locales sean del PP. Habían alcanzado un acuerdo y después se rompió. En los tiempos kichistas pasaban cosas raras. Pero ahora lo que debemos pasar en Cádiz es la página, a ver si la siguiente es más bonita y más útil para los intereses de los gaditanos.

Los policías locales en las playas forman parte de las tradiciones. En los tiempos de José León de Carranza, los policías locales iban vestidos de blanco, con sus cascos. Iban más blancos que Mbappé, digo que Vinicius. Y, efectivamente, aunque vestían de blanco impoluto, terminaban el verano muy morenos. En Cádiz, a la gente siempre le ha gustado broncearse, y cuando se le decía a un gachó “Paco, estás negro”, o a una gachí “Chari, estás negra”, no se consideraba un insulto racista, sino un elogio. Después llegaron los tiempos del black power, y dijeron que tomar el sol y ponerse negros era una barbaridad. No por racismo de estadio, sino por prevenir el cáncer de piel.

Volviendo a los guardias urbanos de la playa, todos los alcaldes democráticos los mantuvieron. Hasta que con Kichi surgió el conflicto laboral, que se enquistó. Con los años, los policías de playa cambiaron de atuendo y paseaban en bermudas, y patrullaban por la arena motorizados, en vez de ir a pie, como en la dictadura.

En aquellos viejos tiempos, los policías locales se hartaban de poner multas. Si los pillabas de buen humor, la primera vez amonestaban a los que practicaban juegos de pelotas, y la segunda vez ya sancionaban. Y había que pagar las multas, si no tenías un amigo concejal; pues, en aquellos tiempos, perdonar las multas a los amigos y familiares no se consideraba prevaricación.

Los policías en las playas dan mucha seguridad contra los cacos. Por eso, la gente de orden quería que volvieran y son bien recibidos. Es una señal del cambio.

José Joaquín León