ANTES se le llamaba la Operación Bikini, pero supongo que ahora esa denominación estará mal vista en el Centro del Palillero, donde todo es calificado de sexista, y se han vuelto más puritanas que las monjas de clausura en los años 40 del siglo pasado. A lo que iba: en estos días de vísperas del verano, Cádiz se hace gimnasio. O eso es lo que parece, viendo nuestras calles y plazas. Una parte sustancial de la población va vestida como si fueran Aitor, Servando, Nico u otros suplentes del Cádiz, cuando calientan en la banda. Con la diferencia de que hemos pasado, en las calles, de los chandalitos de los barrigones a las mallas estilo pirata de ellas. Ya hay más deportistas que deportistos.

Una vez más, la realidad imita al Carnaval, y al revés. Las calles están como si fueran el cuarteto de Los Pepe-Gym. Hasta ahora los negocios gaditanos más abundantes eran los bares y las peluquerías. Cualquier emprendedor o emprendedora que se le ocurría abrir un local tiraba por ahí, bar o peluquería, una vez que pasó el chasco del cigarrillo electrónico. Pero no se debe minimizar la importancia que ha adquirido el sector del gimnasio gaditano, que los hay de diversos tipos, desde el gran centro deportivo hasta el saloncito casero.

No todos ni todas los que van vestidos de deportistas practican deporte. Esto es como cualquier otra forma de exhibicionismo que se pone de moda: ver y ser visto. De modo que el vecino Ramón o la vecina Carmen no necesariamente son runners, o practican zumba, a pesar del atuendo. A veces sólo se trata de pasear al perro o la perra, para lo cual no es imprescindible vestir de Kalenji o Boomerang, ni tampoco de Nike o Adidas.

En décadas pasadas, se vinculó la moda del chandal del Piojito a los chalés de Chiclana (que no todos son chalés), o a los adosados de otros términos municipales de la Bahía. Para nuestras playas parecía suficiente con bañador, camiseta y chanclas; o un caftán o pareo del Diario para ellas, si acaso. Sorprende que en una ciudad tan urbana como Cádiz se acuda con las mallas deportivas a casi todo, incluso a la penitencia de una procesión de Semana Santa. Y que la dejaran salir así, que fue lo peor. Esperemos que mañana no se vean atuendos semejantes en el Corpus.

En Cádiz, desde que pasó lo que pasó, hay una cierta confusión de las costumbres. La it girl municipal es María Romay, que unas veces acierta más que otras. Mientras que el it boy es el alcalde González, que se va entonando, o no, según los días. Esta moda casual prolifera en un ambiente adecuado.

José Joaquín León