SER gaditano de nacimiento es lo peor que te puede pasar para tener un reconocimiento en Cádiz. Desde que fue restaurada la democracia, todavía ninguno de los que han ejercido la alcaldía ha nacido en Cádiz. Pero eso es lo de menos. Lo más triste es la afición de Cádiz a encumbrar al forastero y castigar al gaditano. Hoy me refiero al caso de Apodaca, uno de los gaditanos más ilustres de finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, al que despojaron del trozo de la Alameda que tenía dedicado. Kichi y los suyos se lo pasaron a Clara de Campoamor, una señora nacida en Madrid y muerta en el exilio en Suiza. Fue la impulsora del sufragio femenino en España y se merece una calle en Cádiz. Pero la pregunta es: ¿resultaba necesario humillar a un gaditano ilustre? ¿No había otro lugar en la ciudad para dedicárselo a ella?

Y, por supuesto, a nadie le importó que Apodaca se quedara sin Alameda. En Sevilla, hay una calle dedicada al Almirante Apodaca y otra a José María Pemán. Con esto se vuelve a observar lo que digo. Es más fácil que reconozcan a un gaditano en Sevilla que en Cádiz, para que luego digan de los sevillanos. Apodaca incluso apareció en el Pregón de la Semana Santa de Sevilla de este año, que pronunció el director de Canal Sur Radio, Juan Miguel Vega, porque en esa calle está la cervecería El Tremendo, un lugar de reunión de cofrades.

Aparte de las anécdotas, digamos que Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza fue hijo de un famoso cargador de Indias y nació en Cádiz en 1751. Fue capitán general de la Armada española, el último virrey de Nueva España y el personaje que más luchó en las guerras de las independencias americanas contra los sublevados. En Cádiz, todos los sublevados americanos tienen un monumento o un reconocimiento y al que defendió a España le quitaron la Alameda. No era progresista, no, pero a Apodaca no le afecta la memoria democrática de la guerra civil, pues murió un siglo antes: en 1835.

El conde de Venadito (ese título es lo peor que tenía) también fue capitán general de Cuba, La Florida y Puerto Rico, así como embajador de España en el Reino Unido, donde fue apreciado por los británicos. Destacó como militar y diplomático. A su muerte, sus restos quedaron en el Panteón de Marinos Ilustres y se dispuso “que hubiera siempre en la Armada un buque llamado Conde de Venadito”.

Una ciudad que olvida su historia y que castiga a sus hijos ilustres por sectarismo sólo puede ser un reducto de la decadencia. En este caso, como en otros, no se sabe si es peor el odio o la ignorancia.

José Joaquín León