ERA ya noche de Domingo de Ramos y comenzó a llover. Manolo Bernal estaba en la Campana de Sevilla, delante del palquillo de entrada a la carrera oficial de la Semana Santa, con un micrófono de Cope en las manos. Caían las primeras gotas de lluvia, cuando llegaba el paso del Señor de las Penas, de la hermandad de La Estrella, con la banda del Rosario de Cádiz tocando detrás. En ese momento, me entrevistó y me preguntó por mis impresiones, porque yo era el pregonero de la Semana Santa de Sevilla nacido en Cádiz, y él estaba retransmitiendo la Semana Santa de Sevilla para la Cope y había nacido en Cádiz, y la banda que tocaba había nacido en Cádiz, aunque ese día comenzaba su participación en la Semana Santa de Sevilla de 2025. Eran coincidencias múltiples. Parecía que el tiempo y el espacio son ilusiones, y que el mundo no se divide en las dos partes de Villalón, sino en una sola que se mira en un espejo.

Una mañana de junio de este mismo año 2025, cuando sólo habían pasado tres días desde que Manolo Bernal portó el lábaro ante el Santísimo en el Corpus de Cádiz, en la memoria se oían otros sonidos. Y no eran voces, ni músicas alegres, ni la ilusión del tiempo que está por venir. Suena Réquiem, una marcha interpretada por esa banda gaditana que ya es universal y que él mismo ayudó a fundar, cuando era un cofrade gaditano de la Humildad y Paciencia, que alguna vez llamó con el martillo de la Amargura.

Parece increíble que haya muerto, y así, tan de repente, tan sorprendente... Manolo Bernal había sido profesor y terminó su docencia en el IES San Severiano. Pero sobre todo era un cofrade, con unos amores bien delimitados, que empezaban por su esposa, Soledad Díaz, y por sus hijos Macarena y Álvaro, por su familia, y que se prolongaban con sus devociones más queridas. Por eso, empuñaba aquel micrófono, sin necesidad, por afición, porque sentía la llamada dentro de sí para narrar lo que le gustaba.

Manolo fue un hombre que practicó la humildad y la paciencia. Pasó por algunos momentos de amargura, pero los superó siempre con esperanza. Con Esperanza Macarena. Encontró su verdad a la vera de un arco, y en esa basílica estaba su felicidad.

El domingo alteraron el rostro de su Esperanza. Tres días después llegó su muerte, que hizo sonar el Réquiem de la amargura. Pero hoy, como siempre, puede más la esperanza. Manolo Bernal ya habrá visto el verdadero rostro de la Macarena, en un cielo que brillará como si luciera mariquillas verdes, o como una ola del mar de Cádiz.

José Joaquín León