SIEMPRE que algo va bien en Cádiz aparece gente que protesta. Con lo cual se les ve el plumero. Les interesa que en Cádiz las cosas vayan mal. Y si puede ser peor que mal, mejor para ellos. No vamos a entrar en las causas ideológicas de ese derrotismo, que se supone beneficia a los cantonalistas decimonónicos que aún existen. Un ejemplo, que no se limita sólo a Cádiz, es el de los cruceros. Después de la turismofobia le ha tocado el turno a la crucerofobia. El turismo supone el 14% del PIB de Andalucía, por lo que es nuestra industria más importante, incluso más que el metal, y hay que tratarla con cierto cariño. Para el turismo gaditano el crucerismo es esencial. El año pasado llegaron a Cádiz casi 700.000 turistas de cruceros, con un impacto que se estimó en unos 28 millones de euros.
Por supuesto, el turismo de cruceros genera gastos en los servicios de la ciudad. Y es más volátil que el turismo de hoteles, o incluso de apartamentos turísticos regulados. No obstante, para el comercio y la hostelería del casco antiguo de Cádiz, los cruceristas generan unos ingresos de los que dependen algunos comercios, pequeños y no tan pequeños. Sin cruceros, algunas calles del centro tendrían más tiendas cerradas.
En los cruceros existe competencia entre los puertos. Teófila Martínez, tanto en la Alcaldía, como ahora en el Puerto, ha apostado por atraerlos. En España los principales puertos de cruceros son Barcelona, Palma de Mallorca, Valencia, Málaga, Las Palmas y Cádiz. Otros, como Alicante, Cartagena, Almería o Tenerife, intentan abrirse huecos. Sin olvidar a Sevilla, aunque su puerto es fluvial y tiene limitaciones. En Barcelona, que es la número uno en escalas, existe una abierta hostilidad de ciertos sectores (supuestamente progresistas), que intentan ahuyentarlos. En Cádiz todavía no existe una fobia organizada, pero hay indicios que deberían llevar a estar precavidos. Porque si los barcos se van de un puerto, pueden ir a otro. Y en el norte de Marruecos también hay alternativas.
Un aspecto añadido es que los astilleros de Cádiz están ganando un dinerito curioso con las reparaciones. El astillero gaditano ha encontrado ahí una especialización que difícilmente tendría alternativas si se pierde. Hasta ahora, sólo hay amagos y amenazas de las navieras. Pero, si les crean demasiadas dificultades, se pueden ir con los cruceros a otra parte.
La evolución de los cruceros en el turismo de los próximos años tiene incógnitas que resolver. Para Cádiz sería un gran error perder escalas, porque eso significa perder riqueza y empleo.
José Joaquín León