AL iniciarse un nuevo curso (también político), y haber cumplido el paso del ecuador de su mandato, es natural que en Cádiz se evalúe la gestión del alcalde, Bruno García. Con el morbo añadido de que ganó las elecciones municipales de 2023 por un solo concejal, con lo cual se supone que en 2027 lo tendrá complicado. Aunque peor lo puede tener la oposición, después de comprobarse que su aportación al progreso de Cádiz es ninguna, ya que se limitan a quejarse. En este periodo, el alcalde ha mostrado su cara más agradable y también su cruz. Con lo cual se concluye que será el favorito para ganar en 2027, pero debe tener cuidado para no complicarse él mismo.

La cara de la gestión de Bruno García es que Cádiz empieza a parecer una ciudad como las demás. Una ciudad donde se emprenden proyectos, donde se hacen obras, donde se intenta avanzar. Después de ocho años de no hacer ni el huevo, por parte de Kichi y sus colegas, de lo que se denomina Adelante Izquierda Gaditana. Es tan evidente la diferencia, que quizás en 2027 la alternativa no será AIG, sino el PSOE, a nada que presenten a un candidato que no aspire sólo a no perder por goleada. Por el flanco rival, Bruno lo tiene sencillo.

En estos dos años, está poniendo las bases para que cuando pasen otros dos años se vea la diferencia. Por supuesto, aún no se sabe si la diferencia saltará a la vista. En Cádiz son necesarias muchas obras atrasadas: integrar el puerto, recuperar el castillo de San Sebastián, remodelar Santa Bárbara, construir el pabellón Portillo y el Teatro de Verano… Y quedan otras asignaturas pendientes. Además de mejorar el transporte público y la limpieza. Y construir más viviendas.

Como el rival naufragó por completo, será mejor con algo que haga. Pero Bruno García lleva una cruz. Es tan políticamente correcto que pretende quedar bien incluso con sus rivales políticos. Y es verdad que ganó por la mínima, y no se puede olvidar del medio Cádiz que es de izquierdas. Pero tampoco debe ser cobarde, ni escurrir el bulto en polémicas de medio pelo, que cabrean a mucha gente, como los nombres del puente y del estadio, o el odio a Pemán. Asuntos en los que se ha padecido un sectarismo que indigna al más de medio Cádiz que votó a Bruno, y que tuvo la mayoría en las urnas, aunque fuera por poco.

Con los nombres no se puede vivir como si estuviéramos en la tercera república, o como si al tercer siglo hubiera resucitado el cantón con Salvochea. Y no se olvide que poner las cosas en su sitio, con los nombres, es lo más fácil y barato.

José Joaquín León