JUSTAMENTE en las vísperas del Pleno en el que el PSOE iba a presentar la reprobación contra David Navarro, el concejal de las cuentas de Podemos Unidos, apareció el insultante cambio de placa en el monumento del Beato Diego de Cádiz. Yo no digo que sea un intento para distraer a la “carcundia gaditana” (como la llaman los presuntos autores materiales), sino que dio la casualidad. La carcundia, en la imaginación de algunos psicópatas locales, ya abarca hasta los socialistas de Fran González inclusive. Es decir, son de la carcundia (y muy fachas) todos los que no piensen como ellos. La esencia de los totalitarios es esa: no respetar a quienes piensan diferente.

Han montado otro conflicto de religión, que tanto les gustan. En este país, y en esta ciudad aún más, se confunde el laicismo con el ateísmo; y a veces el ateísmo con el anticlericalismo. No es lo mismo. Los exaltados de extrema izquierda que quemaron iglesias en 1936 no eran laicistas ni ateos, sino anticlericales. Hombres de su tiempo, se podría decir, que fue un tiempo de rencor cainita, al que algunos quieren volver.

Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver con el vandalismo de unos niñatos. Es un acto planificado, con premeditación y alevosía, con conocimientos en la elaboración de vinilos para lápidas y con documentación para saber que ese monumento fue inaugurado en 1996. Se supone que los autores proceden de ambientes de cierta finura intelectual. Aportan datos y practican habilidades lapidarias que no están al alcance de cualquier reventador de plenos.

Ha sido una manipulación intolerable, que debe ser sancionada. Pero propagan una mentira. El Beato Diego, que murió en 1801, fue un hombre de su tiempo, en el que la beligerancia contra la religión católica también existía. En Sevilla es más querido que en Cádiz, y tiene un altar de los preferentes en la basílica del Gran Poder. Se le consideró el gran predicador de Andalucía.

Pues sí, era de su tiempo. Como lo fue, un siglo después, otro gaditano muy distinto, Fermín Salvochea, que asimismo cuenta con lápidas en Cádiz. Se le respetan. En la existente en la plaza de Candelaria no se lee lo que sería justo: que allí estuvo el convento de la Candelaria, de las monjas agustinas, y que se derribó en 1873 porque a Salvochea le dio la gana, con falsedades y patrañas. Fue una humillación para la comunidad y una vergüenza para Cádiz.

Retocar las lápìdas es injusto, sobre todo cuando interpretan a hombres de su tiempo con el odio y el revanchismo del presente.

José Joaquín León