BUENA polémica internacional han formado concediendo el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. Muchos eruditos se han rasgado las vestiduras, por haber otorgado el prestigioso galardón a un cantante. Reducir a Bob Dylan a esa consideración es incorrecto, porque él siempre ha sido un cantautor con glamour literario. ¿Y además de qué se extrañan ustedes? En España, el libro de poesía más vendido en los últimos meses no era de Góngora, ni siquiera de Luis García Montero, sino Mujer océano, de Vanesa Martín. Esta cantante no es lo que se conoce como una poetisa pura y dura, ni estaba tan considerada como Joaquín Sabina. Así que el Nobel de Bob Dylan encaja con lo que se pretendía: es una operación de marketing.

Entre todos los premios Nobel, la mayoría pasan desapercibidos a niveles populistas. En la Medicina, la Física o la Química, resulta que la mayoría de la gente carecemos de conocimientos para ponderar si es merecido o no. En la Economía, a lo más que se llega es a discutir si esa eminencia ha provocado alguna crisis económica internacional. Sin embargo, hay dos de los que entiende todo el mundo. Uno es el de la Paz, que frecuentemente se concede a personalidades que han declarado guerras y después firman altos el fuego. Y otro el de Literatura, sobre el que opinan incluso aquellos que no han leído un libro en todo el año.

A Bob Dylan se le puede conceder un Premio Nobel de Literatura, en un momento dado. Por popularizar el asunto. Sin embargo, entiendo a los que les parece mal. Es un poeta, es norteamericano y es comercial. Si se lo dan a un poeta, después de años más proclives a otros géneros (el último fue el sueco Tomas Tranströmer en 2011), parece que los había más finos, desde una cierta ortodoxia. Si se lo dan a un norteamericano, parece que escritores como Philip Roth, Thomas Pynchon, Don DeLillo, Joyce Carol Oates y hasta Richard Ford han acumulado superiores méritos. Y si se lo dan a uno comercial se puede entender que sea Bob, pero no se comprende entonces que se lo nieguen todos los años al japonés Haruki Murakami porque vende muchos libros. Por lo demás, los académicos suecos (que venían de dárselo en 2015 a Svetlana Aleksiévich, una periodista bielorrusa poco conocida) van a pasar por modernos, cuando tenían fama de dinosaurios literarios.

Seguiremos esperando un Nobel gaditano. Se hablaba desde los tiempos de José María Pemán. Aunque ahora ya no sé si tiene más posibilidades José Manuel Caballero Bonald o Juan Carlos Aragón.

José Joaquín León