RESULTA curiosa la polémica que se ha organizado en Cádiz, desde hace unos meses, por la supuesta torre mirador del siglo XXI, que la Comisión del Patrimonio ha autorizado en la calle Manuel Rancés, 23. La obra es discutible, como lo es su carácter histórico de torre mirador propiamente. Comprendo que los vecinos de los alrededores denuncien el proceso, y que en Cultura se justifiquen. Pero el problema principal no es ese, sino que decenas de torres miradores de Cádiz (incluso algunas de las más distinguidas) amenazan ruina. Es altamente probable que alrededor de 30 (con más interés arquitectónico que la de Manuel Rancés, 23) se pierdan en el plazo de un par de décadas. No se está haciendo nada por evitarlo.

En cuestión de torres, la principal es la Torre Tavira. Allí, como se sabe, instaló Belén González Dorao, la Cámara Oscura. Esa es la verdadera torre vigía de la ciudad, porque desde allí se otea el panorama, y se ve todo lo que hay que ver. Al funcionar como atractivo para el turismo, la empresaria intentó adaptar un ascensor interior a la torre (invisible por fuera, naturalmente), que no se le permitió, porque aquí sólo somos del siglo XXI para según qué cosas.

El pasado mes de mayo, Belén editó su segundo catálogo sobre las torres miradores, que junto al libro de Juan Alonso de la Sierra (publicado en 1984) son muy citados. Pero no se tiene en cuenta el estado de conservación. Construir torres del siglo XXI se podría permitir, siempre que se conserven las del XVII, XVIII y XIX que aún existen, y que son 133, según el último libro. A finales del XVIII había unas 160. En el XIX, algunas sufrieron derribos y alteraciones.

En 1992 fue inaugurado el Pirulí de la Telefónica (denominado Torre Tavira II), obra de Guillermo Vázquez Consuegra, arquitecto muy premiado, al que algunos colegas odian por sus trabajos para la Junta. También finisecular es el mamotreto del CENTI en la zona del antiguo Hospital Militar. El debate de ahora es infantil, si se compara con las tonterías que dijeron para justificar ese adefesio, sito en las proximidades del Parque y Santa Bárbara, una zona maldita para la arquitectura de nueva planta.

Además de la polémica sobre los miradores del siglo XXI, sería interesante abrir un debate en las instituciones para analizar por qué las torres miradores de Cádiz no están incluidas en el Patrimonio de la Humanidad. Siendo, como son (todavía), un conjunto único en el mundo. Un conjunto, por otra parte, amenazado de destrucción, por más que se tapen los ojos para no mirar.

José Joaquín León