EL riesgo de atentados terroristas yihadistas en Cádiz y su provincia es hoy el mismo que existía antes del 17 de agosto. Ni más, ni menos. No hay que acongojar a la gente. No hace falta cambiar los hábitos de vida, ni nada de eso, porque a la larga es lo que buscan los terroristas: crear más miedo del razonablemente necesario. Por ello, la instalación de bolardos en lugares como la plaza de San Juan de Dios hay que verla en su justa medida. Estamos en la apoteosis del bolardismo. Desde que se difundió que Ada Colau no los quiso colocar en las Ramblas de Barcelona, todos los alcaldes están dispuestos a bolardear lo que haga falta. Aunque sea sin ton ni son, y sin valorar las consecuencias colaterales que pueden ocasionar.

Esta ha sido una de las medidas  discutibles tras el atentado. Si las Ramblas hubieran sido protegidas con bolardos, el tal Younes Abouyaaqoub con su furgoneta no hubiera cometido ese ataque, sino otro. Puede ser que incluso hubiera causado más muertos. Nunca se sabrá, porque se trata de hipótesis no verificables. Los bolardos son preventivos, impiden el acceso de vehículos a ciertos lugares públicos. Pero no son la solución contra el terrorismo.

Es verdad que fabricante de bolardo se ha convertido en una profesión con mucho futuro. Una inversión rentable para los emprendedores. Es raro que en la Zona Franca no se haya instalado ya alguna empresa para fabricar estos artilugios. Algunos tienen muy mal aspecto. En esa materia, como en todas, se deben establecer diferencias, pues no todos son iguales. Los hay más bonitos y más feos, más altos y más bajos, fijos y abatibles, visibles y más ocultos, que son los que te clavas en las espinillas.

Con eso quiero llamar la atención. El bolardo no se puede instalar a lo loco, ya me entienden. Pueden dificultar la movilidad al que no es terrorista, sin disuadir al que sí lo es. Por ciertos lugares bolardeados jamás se les ocurriría pasear una furgoneta asesina. Pero puede darse el caso de que tampoco entre una ambulancia o un coche de bomberos, en casos de necesidad grave.

Eso es lo que han criticado ya en Cádiz. Se colocaron sin reparar en las consecuencias. Ahora se van a diferenciar los bolardos buenos de los malos, para recolocar los que estorban a los servicios de emergencia. Lo podían haber pensado antes.

Se puede crear una bolardofobia . ¿Cuánto costarán? ¿Quién se forrará? ¿Importa el tamaño? ¿Hasta dónde van a llegar? Y un detalle estético: siempre es preferible un macetero antes que tres bolardos, porque se puede adornar con plantas, lo cual resulta más bonito, y menos triste.

José Joaquín León