EN la ciudad de Cádiz existe una profunda preocupación social por la cultura. Aunque algunos días no se nota. Por ejemplo, la Policía Local ha informado sobre la detención de “una persona” (sin mayores precisiones) a la que acusaban de ser el presunto autor de daños en 26 de los cuadros de la exposición callejera sobre el Tricentenario de la Casa de la Contratación, que se ha instalado en el museo público de las rejas del Muelle. Un lugar de lo más apañado. Y lo de llamarlos cuadros también se debe precisar, porque no son como los de Zurbarán del Museo de la plaza de Mina, sino reproducciones gráficas, algunas artísticas y otras no tanto.

Aparte de las circunstancias, es algo más que una gamberrada. Para empezar, nos plantea un problema filosófico: ¿Se pueden exponer obras de arte, sin protección, en las calles de Cádiz? Desde que el Diario expuso fotos de la ciudad en las rejas del Muelle, con motivo del 150 aniversario, ese lugar se ha visto de otro modo. Se le ha quedado un glamour de museo callejero que puede animar para grandes logros. Sin embargo, la acción de la persona que pintarrajeó 26 cuadros (según los llaman ellos) ha sido como echar un jarro de agua fría. Una obra expuesta alegremente debe estar preparada para todo tipo de espantos, desde los temporales a las salvajadas.

Recuerden lo que sucedió con el Rubén Darío de la Alameda. Por no volver a recordar, allí mismo, el cambiazo en la lápida del Beato Diego, que no fue una acción humorística, sino una golfada. Como esas se producen más. El grafitero gaditano desenfunda con rapidez, dispara, y se carga lo que le pongan por delante. A pesar de todo, no hay que sucumbir al terror, como se suele decir, sino que esta es una ciudad liberal, con derecho a tener estatuas, cuadros, o lo que sea en medio de sus calles y plazas. La mano del hombre no debe imitar la acción de las palomas en la estatua de Castelar. En esa diferencia se aprecia la racionalidad, o no.

El grafitero es un artista frustrado, en realidad. Como este Ayuntamiento alternativo y progresista no les organiza suficientes concursos, donde puedan exhibir sus dotes, se aplican a otras actividades underground. Así atacan a la cultura oficial. En esos presuntos cuadros dañados había algunas imágenes de un Cádiz idílico, de burguesía romántica, un poco a lo Fernán Caballero. Contra eso, está lo otro. Es el eterno combate entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Algunos lo resumen menos filosóficamente que Nietzsche, con un trazo agresivo y contundente, a modo de puñalada.

José Joaquín León