SIGO con el Bestiario gaditano. Ya se sabe que vivimos en una ciudad amistosa con los animales, aunque todavía no hay una playa de perros, como en San Fernando. En Cádiz, los animalitos, poco a poco, van a lo suyo, ganando terreno. Mientras el gaditano y la gaditana de origen humano están en un proceso de extinción, el animalito y la animalita propagan sus especies, y se multiplican. Es el caso de las palomas. Cada vez hay más. Un día se publicó una foto sobre las quejas por los ruidos en la calle Manuel Rancés, y se veía la calzada llena de palomas. ¿Qué hacían allí? Como si tuvieran una tertulia sobre los palomares turísticos.

No todas son iguales. Las Palomas es un histórico bar que está en la calle Buenos Aires, esquina a Enrique de las Marinas, en la entrada del Mentidero, que es muy recomendable por sus legendarias tapas de ensaladilla y merluza rebozada (que algunos denominan pavía, por imitación sevillana), así que estas Palomas no tienen nada que ver con las otras, que conste. Por el contrario, las que vuelan han pasado de caer simpáticas, y que los niños les dieran de comer, a caer antipáticas, hasta el punto de que algunas han arrebatado bocadillos a los niños en las playas. Comida de autoservicio.

Recuerdo que cuando llegué al Diario de Cádiz, me llamaron la atención muchas peculiaridades. Una de ellas fue que Antonio Pérez Sauci, por entonces subdirector, llamaba “ratas voladoras” a las palomas. Esto se me quedó grabado. Es cierto que algunas palomas son como ratas voladoras. Tienen las mismas costumbres, y se benefician del mal momento de los plaguicidas gaditanos. En aquellos tiempos, por cierto, a los estorninos de la Plaza Mina los disuadían sin remilgos. Había un concepto más brusco de la animalidad. Además de que Teófila aprovechaba su mayoría absoluta, y podía espantar a todas las aves que no fueran gaviotas.

Las palomas originan problemas. Sin embargo, tienen buena imagen política, porque son aves progresistas. Picasso, Alberti, ya se sabe… Desde que Noé la soltó del arca, se dijo que era la mensajera de la paz. Joan Manuel Serrat la cantó, y advirtió que la paloma se equivocaba. Con el tiempo, la paloma se creyó gaviota. En la playa de la Victoria tiene un feudo, y han ampliado las visitas desde que la limpian peor.

La paloma vive de categoría en Cádiz. Nada que ver con las que alimentábamos en la plaza de España, por pena, cuando éramos niños. Han conquistado el aire, la tierra, y ya van por el mar. La culpa es de Noé, que debió dejarla en el arca y soltar un jilguero. Aunque pudo ser peor. Los fachas hubieran preferido que soltara un águila imperial.

José Joaquín León